miércoles, 11 de mayo de 2016

La mirada de la clase media. El hambre. La economía y el poder. El hambre. El populismo y los votos cautivos. El hambre. Las posibilidades de crecer. El hambre. La meritocracia y otros versos burgueses. El hambre. Una perspectiva diferente sobre Perón y que se vengan las críticas (yo me las banco).

Yo solía estar en el grupo de los que piensan que el peronismo usó las técnicas del populismo para tomar de rehenes a los pobres, para darles migajas a cambio de una lealtad que trascendería  generaciones e historia.
Creía que el peronismo se había aprovechado de la inocencia de los sectores más desfavorecidos para ganar poder, para tener… Algo, no sé qué. 

Porque nosotros, los de la clase media, a veces caemos en la simpleza del argumento de quien siempre tuvo el estómago lleno. A veces no nos damos cuenta de que la realidad de otros tal vez sea diferente. 
Digo que a veces nosotros pensamos en términos de progreso personal, a veces nos centramos en el análisis del que más o menos se las rebusca, y que se enoja porque ve el amor desmedido que tienen otros por cierto líder político y nos agarramos la cabeza y decimos “pero por qué carajo lo amás si no te dio nada más que lo mínimo que necesitás para vivir dignamente” y lo cierto es que tal vez ningún otro le haya dado antes a esa persona lo mínimo que necesitaba, tal vez nadie más se haya acordado de ellos, de que existen, de que tienen hambre, de que necesitan pasar el día. Nada más que eso, pasar el día.

Hoy creo que es muy difícil para el clasemediero entender el hambre. Y lo digo desde el lugar de alguien que fue humilde pero nunca tuvo hambre. Hambre de verdad, hambre de tomar mate lavado tres días seguidos porque lo poco que tenés se lo das a los nenes.
Nosotros pensamos en términos de micro y macroeconomía, nosotros pensamos en los plazos fijos y en la tasa de interés de los créditos del banco. A nosotros nos preocupa la corrupción y la administración general de los bienes públicos, y pensamos en los impuestos a las ganancias y en los aumentos en paritarias. 
Nosotros, los que toda la vida pudimos comer y vestirnos más o menos bien, los que nos hemos ido más de una vez de vacaciones, aunque sean cortas, aunque sea un finde largo a la costa. Nosotros que por ahí nos hemos podido comprar el aire acondicionado y el televisor chatito y que bien merecido lo tenemos porque nos rompemos el tujes laburando y nadie nunca nos regaló nada, nosotros no tenemos hambre, entonces para nosotros la preocupación es otra.

El otro día pensaba en el hambre. Pensaba en la sensación de que tu hijo venga llorando a pedirte un pedazo de pan y tener que decirle que no quedó más. Pensaba en la gente que toca los timbres de la casa preguntando si no tenés algo para comer y comen lo que les das porque tienen hambre. Pensaba en ellos, en si ellos se van a poner a pensar en el cepo al dólar, o si ellos se van a poner a pensar en el aumento de la nafta. Pensaba que ellos no pueden pensar en eso porque cuando tenés hambre no pensás en nada más que en llenarte la panza.
Y pensaba que es cierto que el peronismo se ganó una base de votos muy grande y en que Perón se murió hace casi medio siglo y hay gente que ni siquiera había nacido cuando él gobernaba que hoy lo tiene como líder. Y pensaba que sí, seguramente si yo tuviera hambre y viniera alguien que me da de comer, le estaría agradecida toda mi vida, y les diría a mis hijos que estén agradecidos porque ese señor tan bueno me dio de comer a mí y les dio de comer a ellos.

Y pensaba en todas las cosas malas que tuvo el peronismo que fueron muchas, pero también pensaba que el país es la gente y que cuando la gente tiene hambre el país anda mal, y que un gobernante (venga de donde venga, llámese como se llame) que se ocupa del pueblo, un gobernante que piensa primero en sacarle el hambre a la gente, después en resolver los otros problemas, que se ocupa de ellos, de los marginados, de los que nos miran con ojos tristes cuando los clasemedieros miramos para otro lado haciéndonos los distraidos porque “nos hace mal verlos así”, un gobernante que los mira y que los nombra y que los tiene en cuenta, tan pero tan malo no debe ser.

Porque para nosotros es muy fácil criticar las técnicas populistas que consideramos funcionaron como anzuelo para tener prendida a la clase baja, y después tomarnos un vinito, comer un buen plato de comida e irnos a dormir con tres frazadas y la tele prendida. Para nosotros es muy fácil ver los programas de la villa y decir “pobre gente, me hace mal ver esto” y cambiar el canal y poner cachorritos en el Animal Planet. Para nosotros es muy fácil la vida, pero ellos siguen estando aunque no los veamos. Ellos están ahí hoy muertos de frío y con la panza vacía. Ellos siguen tomando mate amargo y guardándole el pan a los chiquitos para que desayunen. Ellos siguen ahí, olvidados, marginados, trabajando tanto o más que nosotros, pero sin un décimo de las posibilidades que tenemos nosotros de vivir (bien).

Entonces andá a hablarles de populismo a ellos, andá a decirles que Perón o Eva o Néstor o Cristina los engancharon para llenarse de poder. No les importa, porque lo que les importa es que les dieron un lugar donde vivir, unos mangos para manejarse, un plato de comida para los chicos. Y vos me dirás “¿se lo merecen? muchos son vagos, yo laburo todos los días”. Y sí, muchos son vagos, muchos no son vagos, pero la cuestión no es juzgarlos, no es determinar desde nuestra cómoda clase media qué se merece cada uno, ¿acaso nosotros nos merecemos lo que tenemos? No importa eso, no importa el mérito, importa la necesidad. No sé si se merecen tener donde vivir, qué comer y con qué vestirse, pero sé que lo necesitan, porque existen, porque están y porque mirar para otro lado y cambiar de canal no los borra del mapa.

Entonces, después de tanto pensar, me hice peronista. (Bueno, peronista es una forma de decir, nunca me voy a olvidar de que Perón traicionó a la izquierda que lo apoyaba y no voy jamás a venerar a una persona, pero sí entiendo de dónde vienen, aunque nunca podré saber adonde van)
Porque para mí lo más importante es que todos tengamos, como mínimo, la posibilidad de comer, de vestirnos y de vivir con un poco, no te digo mucho, un poco de dignidad. Y sí, Perón fue toda la mierda que ustedes quieran, y lo hizo con la motivación que sea, para llenarse de plata él, porque estaba enfermo de poder, porque quería ser el emperador del Universo, no me importa para qué lo hizo, me importa que, por lo que cuerno sea, él no miró para otro lado, no hizo oídos sordos, no se llenó la boca de promesas vacías. Se ocupó de ellos y les dio de comer. Y como dijo un ex funcionario el otro día “¿de qué me sirve tener un tesoro nacional inmenso y un PBI por las nubes si la gente se está muriendo de hambre?” 

El país es la gente, si la gente tiene hambre, al país le está yendo muy, pero muy mal, aunque esté fuera del “default”, aunque el “riesgo país” sea cero, aunque el FMI se muera de ganas de volver a hacer negocios con nosotros. 
Si los argentinos tienen hambre, la Argentina está MAL.

domingo, 3 de abril de 2016

Un manifiesto

PARA MÍ ser Kirchnerista no necesariamente implica justificar lo injustificable. Si hubo corrupción, está bueno que se investigue, se procese y se condene; pero eso va más allá del partido político, eso lo digo como regla general de la vida.
Creo que considerar que todos los Kirchneristas justifican robos y hechos de corrupción es una simplificación que estigmatiza y propicia un prejuicio muy nocivo para la coexistencia pacífica de la sociedad.

A mí me parece que, dentro de las posibilidades de gobierno que tiene este país, por cómo están repartidas las cartas, por cómo se desarrolló su historia, por cómo se manejan los asuntos públicos, hasta ahora, en lo que llevo de vida conciente, el kirchnerismo ha sido el gobierno que más benefició a las clases trabajadoras y que más se abocó a la igualdad social.
Pensar eso no significa que uno vaya a pensar que lo mejor que existe en la faz de la tierra sea el kirchnerismo, que sea el gobierno ideal o que no hayan cometido errores (o delitos incluso) durante su gestión. 

No sé por qué a tanta gente le cuesta tanto entender las cosas de modo global sin caer en fundamentalismos.
Yo digo que soy K, pero eso no significa que yo le prenda una velita a San Néstor todas las noches, ni que rece un Ave Cristina. Sólo significa que me caen más simpáticas las políticas que aplicaron ellos, que (acertadas o no, no lo sé porque no soy omnisciente) se inclinaron más hacia el beneficio de las masas, y eso se vio en las calles y en el día a día.
No concuerdo con la idolatría (que existe) de figuras populares, no profeso la fe ciega. Sólo analizo, pienso y evalúo de acuerdo a mis capacidades y limitaciones, y concluyo que el kirchnerismo ha servido más a la Patria que los otros gobiernos que hemos tenido desde que tengo uso de razón. Por cierto, me gusta mucho la frase “la Patria es el otro”, pero me gusta para pensarla, para analizarla, como todo.

La Patria no es un cacho de tierra ni una bandera alta en el cielo. La Patria soy yo, que tengo un iPhone y un smart tv, y también es el vecino que usa la ropa que yo dono cuando me cansé de usarla, y sí, la Patria también es el que vive en un barrio privado y viaja en un Mercedes con chofer. 
La Patria es pensar en todos un poquito, es no mirar sólo tu propia huerta y asegurarte de que tenga agua, cagándote en que por regar tu jardín estás quitándole el agua que usa para tomar el de al lado. 
La Patria es un colectivo de seres humanos, y trabajar por la Patria es trabajar para que todos tengan posibilidades de vivir dignamente. No voy a caer en el concepto naive de los yanquis y la “búsqueda de la felicidad”, porque la felicidad es un estado del alma, no depende del gobierno, pero sí me parece que todos tenemos derecho a la búsqueda de la dignidad, y en eso, puntualmente en eso, creo que el kirchnerismo hizo más que los otros que tuvieron la oportunidad. 
Y puedo estar equivocada, como cuando creí que De La Rúa iba a “terminar con esta fiesta para unos pocos”. Puedo estar equivocada como cuando creí que Europa me iba a dar lo que en Argentina me faltaba, o como cuando creí que Estados Unidos realmente daba igualdad de posibilidades a todos sus cuidadanos (no lo digo por mí, que sólo fui residente legal, hablo de sus ciudadanos). Y si estoy equivocada lo admitiré, como siempre lo hice.


Hoy, dentro del espectro político como está planteado, dentro de las posibilidades que tenemos en nuestro país, y después de mucho análisis, muchas dudas y mucho pensar, creo que soy K.

jueves, 31 de marzo de 2016

Una certeza en el mar de dudas. Obsesiones y autoaceptación. Percepciones propias y ajenas. El poder de la terapia cognitiva-dinámica. Una conclusión confusa.

Entre tantas dudas y a partir de un escrito que vi en una red social me surgió la necesidad de volver a un tema sobre el que había escrito sin publicar. 
Hace un tiempo vi una serie de documentales sobre obsesiones con el cuerpo, desórdenes alimenticios, cirugías estéticas, adicciones, ese tipo de temas. Cosas que decían los entrevistados me llevaron a pensar en la aceptación, en la autoaceptación para ser más exacta.
No específicamente la aceptación del cuerpo de uno, aunque es una parte importante de sentirse cómodo con lo que uno es, sino más particularmente me puse a pensar en los problemas de aceptación que he tenido yo (que no se relacionan con lo físico) y en cómo llegué a superarlos.
Revisando escritos viejos encontré un trabajo que hice para terapia a principios de 2012 que describía cómo o quién me gustaría ser. Para gran sorpresa mía, todo lo que hace cuatro años consideraba un ideal imposible de la persona en la que me gustaría convertirme son características que hoy considero que cumplo. No sé exactamente cómo pasé de querer ser esas cosas a finalmente serlo, pero gracias a ese escrito sí pude comprender por qué ahora me siento cómoda con mi forma de ser: porque soy la persona que yo quiero ser. 

En ese documental hablaba un experto que decía que muchas veces nuestra percepción de nosotros mismos está tan influenciada por cómo creemos que los otros nos ven que no somos capaces de vernos a nosotros mismos sin interponer esa supuesta lupa ajena. 
Me parece interesante ese concepto en los tiempos que corren, donde hay tanto esfuerzo de tantas personas por mostrarse a sí mismos de determinada manera, por construir una imagen de sí que representan en redes sociales e incluso en la vida de carne y hueso. Tanto esfuerzo hacemos a veces por sentir la aprobación, la admiración, la aceptación de otros, que nos olvidamos de aceptarnos a nosotros mismos y así terminamos siendo seres que no nos gustan y al final sentimos que no tenemos el control sobre quiénes somos.
¿Cómo llegué a sentirme satisfecha conmigo? No sé, quizás haya sido el trabajo de la terapia, tal vez haya sido que dejé de mentirme a mí misma, que indagué hasta encontrar quién quería ser y finalmente me di cuenta de que ya era esa persona y la estaba enmascarando para encontrar aprobación en otro lado.
Así, aceptándonos realmente, siendo en esencia la persona que uno mismo quiere ser, así es como se puede afrontar el rechazo, la burla, la agresión del otro, sin que realmente nos afecte como algo personal, sin que la visión que otros tienen de nosotros ponga en duda cómo nosotros nos sentimos con respecto a nosotros mismos. ¿Se entendió?

Siguen las dudas. Basta ya de dudas. Qué es la realidad. Don Quijote y sus desvaríos. La palabra Kirchnerismo como síntesis de una idea. Sócrates, porque sí.

La vez pasada hablaba de dudas y lo cierto es que la única certeza que tengo es la incertidumbre. Sí, ya usé esa frase con anterioridad, pero parece acrecentarse con los años en lugar de disminuir.
Hace un rato terminé de leer la primera parte de Don Quijote de la Mancha y aunque sabía de qué se trataba nunca le había prestado mayor atención. Soy de esas personas que disfrutan de las casualidades (o peor, de las que creen que las casualidades no existen, sobre todo las literarias) y creo que no es casual que en medio de mi período reflexivo y dubitativo aparezca una figura tan simbólica -si se quiere- como resulta la de Don Quijote, tan inmerso en su ficticia realidad que le resulta inverosímil la realidad “real”.
Me pregunté varias veces a lo largo del libro cuántos de nosotros no pareceremos Don Quijote alguna vez en algún debate en el que se nos asegura que las cosas son así pero estamos tan convencidos de que son asá que nos negamos a ver pruebas evidentes de la realidad. 
“La única verdad es la realidad” le gustaba decir a Juan Domingo, pero ¿qué es la realidad? o mejor dicho ¿quién es capaz, en su limitación humana, de conocer la realidad?
La realidad, a mi parecer, es que antes el sueldo me alcanzaba para más cosas, entonces ¿por qué hay gente convencida de que las medidas del nuevo gobierno son mejores? 
¿Son ellos los Quijotes convencidos de que la bacía de barbero es un yelmo de oro, o soy yo la equivocada que vivió doce años en un mundo de fantasías, con caballeros andantes, castillos encantados y damiselas en apuros?
¿De qué realidad absoluta puedo asirme para no ahogarme entre tantas relatividades? ¿Cómo puedo dejar de dudar de mí misma, de mis percepciones, de mi interpretación del mundo? 
Hace un par de días me declaré kirchnerista. No sé en verdad si soy kirchnerista o trotskista, o si soy algo. Me declaré kirchnerista para no discutir, para no tener que justificar o argumentar, para en una palabra resumir más o menos mi punto de vista con respecto a las medidas del nuevo presidente sin tener que explayarme. Pero la verdad es que no sé.
Como dijo uno una vez, sólo sé que no se nada, y a veces, ni siquiera sé eso.


jueves, 24 de marzo de 2016

De dudas e ideales. Algo de héroes griegos y Jesús. Algo de héroes no griegos. El relato K. La corrupción y el endeudamiento. La grieta interior.

Hoy estoy dudando de mis percepciones. Siempre dudo de mis percepciones, pero hoy estoy dudando de todo.

¿Será cierto que es bueno tener ideología? ¿Será cierto que vale la pena morir por una idea? ¿Y si no es así? 
Capaz es mejor no tener ideales. Después de todo, “ideal” es algo imposible de conseguir. Quizás tengan razón todo ellos que con orgullo se describen como apolíticos, o que usan con ligereza el término “neutral” —como si se pudiera ser neutral en la vida.
Le parecerá al lector que lo estoy diciéndolo desde la soberbia de quien cree tener la razón, pero mi duda es genuina, me pregunto si realmente vale la pena estar tan convencido de una idea al punto de ser capaz de dar la vida por ella. 

Los griegos tienen ese concepto del héroe que prefiere morir en batalla y ser recordado antes que vivir una vida larga y placentera pero no heroica. En el Ayax de Sófocles se dice que “es necesario que un hombre noble viva honrosamente o bien que muera honrosamente”.
En algún momento Aquiles se pregunta si prefiere vivir poco pero morir como un héroe o vivir una larga vida anónima. Y creo que la historia de Jesús también replica ese dilema, él murió en la cruz por nosotros, murió joven pero heroicamente, así dio sentido a su vida, hizo que su lucha valiera la pena, que sus ideales lo sobrevivieran, y el día de hoy lo seguimos nombrando y muchos incluso lo veneran. Así también podría seguir, San Martín hablaba de morir por la patria, Zapata aseguró que prefería morir de pie y no vivir de rodillas, después el Che Guevara y ni hablar de los 30.000 desaparecidos. Estos héroes de la modernidad nos hacen seguir pensando en esa idea de que los ideales son algo por lo que realmente vale la pena dar la vida. Hoy yo no sé si es tan así.

Con la visita de Obama y tanta gente tan contenta con nuestro nuevo Presidente (lo digo por Macri, no por Obama) me pregunto si no estaré yo equivocada. Capaz tienen razón que la “korrupción” del gobierno anterior invalidó todos los logros, o que ni siquiera hubo logros, que eran todo una farsa y es necesario “sincerar” nuestra miseria. Quizás sea cierto que robaron cientos de miles de millones de dólares y nosotros ni nos dimos cuenta. Tal vez sean ellos los malos de la película y yo estuve viendo una película equivocada. ¿Y si me comí el versito de los K y les creo a los mentirosos? ¿Y si los buenos son los del Pro y Argentina realmente está yendo por el buen camino a la recuperación económica con el pago a los buitres y el ajuste?

Me cuesta creerlo, sinceramente de corazón me cuesta creer los argumentos del nuevo gobierno, porque los leo y los escucho y no me terminan de cerrar, en cambio los argumentos de la oposición kirchnerista sí me cierran, pero ¿y si es cierto que vamos a estar mejor con Macri? ¿Y si no se trata de argumentaciones? ¿De qué se trata entonces?

Y ahora dudo de mí, de mis convicciones, de mis ideas, de las conclusiones a las que había llegado. Y no sólo eso sino —lo que me parece aún más grave— dudo de la importancia de los ideales
Y mi “corazón” (o como sea que se llame la parte del cerebro que controla los sentimientos y la irracionalidad) me dice que sí, que los ideales son importantes y que no podés dejarte vencer por la comodidad de la ignorancia burguesa, pero mi “cerebro” (o sea la parte del cerebro que controla el pensamiento lógico y racional) me dice que tenga cuidado, que me puedo estar equivocando.

Y así estoy yo, metida en mi propia grieta (léase sin connotaciones sexuales, por favor).

jueves, 3 de marzo de 2016

El abuso del verbo amar. La repugnancia del amor romántico. Una redefinición de amor. La maldita obligación del “te amo” en la pareja. La supremacía indiscutida del “te quiero”.

Hace rato vengo rumiando esta idea del amor y su definición. Últimamente se puso de moda el verbo amar y la gente lo usa como al inglés “love”. Amo esta serie, amo a mis amiguis, amo cómo me queda este lápiz de labios. Yo no pienso hablar de eso, que cada uno ame lo que quiera y que cada uno le de el valor que quiera a las palabras. Yo hace rato vengo pensando en el verbo amar desde otro punto de vista. 

Esa noción del amor romántico (romántico en el sentido más amplio de la palabra), posesivo, obsesivo, enfermo, el amor de “no puedo vivir sin vos”, la noción del amor en el sentido de dependencia, eso me estoy cuestionando desde hace un tiempo.
¿Y si el amor no es eso? ¿Si el amor no es esa sensación de ahogo que surge a partir de la falta del otro? ¿Si el amor no pasa por ahí, si no pasa por necesitar que el otro nos valide y nos acompañe para sentirnos completos? ¿Si no se trata de eso?
Estoy empezando a creer que el amor es la libertad, y no las cadenas. Que se trata de querer lo mejor para el otro de la manera más abnegada. Que no existe el no puedo vivir sin vos, que no es amor la dependencia. El amor en su forma más genuina es dar desinteresadamente, es obtener la felicidad a partir de la sonrisa del otro. Amar, amar en su forma más pura es soltar, es dejar ser.
A mí no me gusta la expresión “te amo”. La usé una sola vez, y la sentí forzada. Creía que tenía que ver con algún impedimento personal de admitir el sentimiento. Pero no pasa por ahí. 
No me gusta “te amo” porque no me gusta el valor que se le da al amar desde el romanticismo. No me gusta la noción del amor simbiótico, del amor como religión, como medio de vida. No me gusta la noción del sujeto amado idealizado, no me gusta el corazón como símbolo del amor, no me gustan las flores con tarjetas perfumadas, ni los peluches con corazones bordados, ni las cenas a la luz de las velas y los bailes lentos acaramelados. Detesto la idea de que el amor todo lo puede, de que el amor es más fuerte que uno y que todo vale la pena si es por amor. 

A mí me gusta “te quiero”, y más aún “te quiero tanto”, no “te quiero mucho”, sino “te quiero tanto”. Te quiero tanto como puedo, te quiero tanto que quiero lo mejor para vos, te quiero tanto que no quiero lastimarte, te quiero tanto que “te amo” no me sirve.

jueves, 28 de enero de 2016

Tiempos (pos)modernos. La desvalorización del saber. Un humilde homenaje José Martí en el día de su cumpleaños. La canonización del capitalismo. Felicidad y facilismo. De águilas y mariposas y libertades.


“Me preocupa estar yendo a pasos agigantados a una sociedad donde el conocimiento no es un valor, donde saber está mal visto” me dijo un amigo hace un par de días, y me dejó pensando.
¿Es local o universal el fenómeno? Mi hermana en Suecia tiene una preocupación parecida y por mi estrecho contacto con Estados Unidos veo que allá pasa algo similar. 
Mi amigo lo decía en referencia a la deshistorización que pretende este nuevo gobierno y a las estrategias de los medios por ‘embrutecer’ al pueblo, pero yo no me atrevo a culpar al macrismo de un fenómeno tan global como la estupidización humana. Aún más, ni siquiera creo que sea algo de estos tiempos.
Por una de esas coincidencias que me encantan resulta que estuve pensando en citar a Martí justo en el día del aniversario de su nacimiento. Es pertinente porque una de las grandes preocupaciones del modernismo latinoamericano pasa por ese lado: la trivialización de la sociedad moderna y la exaltación de los valores de lo material en detrimento del arte y de los sentimientos (comparable a la preocupación de mi amigo sobre el saber).
“Otros pueblos -y nosotros entre ellos- vivimos devorados por un sublime demonio interior, que nos empuja a la persecución infatigable de un ideal de amor o gloria; y cuando asimos, con el placer con que se ase un águila, el grado del ideal que perseguíamos, nuevo afán nos inquieta, nueva ambición nos espolea, nueva aspiración nos lanza a nuevo vehemente anhelo, y sale del águila presa una rebelde mariposa libre, como desafiándonos a seguirla y encadenándonos a su revuelto vuelo.
No así aquellos espíritus tranquilos, turbados sólo por el ansia de la posesión de una fortuna.” [Martí, J. 1881. En los Estados Unidos. Escenas norteamericanas: “Coney Island”]

Demasiado para decir sobre esa frase. 
Puede ser que sea “culpa” del capitalismo —es increíble cómo personificamos al capitalismo como si fuera casi un dios (venerado por algunos) con una voluntad propia y la capacidad de ejercerla— o puede ser simplemente que sea una victoria de las mentes limitadas que imponen su limitación como la norma para no quedarse pagando cuando otros -más instruidos, más intuitivos o más perspicaces- comentan algo que queda fuera de su posibilidad de comprensión.
Es más fácil tener aspiraciones materiales. Es más fácil la felicidad cuando depende de un electrodoméstico y no de la capacidad de conmoverse con un objeto artístico. Es más fácil la vida si ser feliz es salir en una foto flacos, bronceados, sonrientes y con gafas RayBan en lugar de tener una charla que nos obliga a la reflexión y la autosuperación. Es más fácil ser intelectual si leer es leer a Coelho y no desafiarnos con un José Martí.
Y sí, es más fácil para el burgués quedarse en la superficie. Es más fácil no ejercer la autocrítica, es más linda la vida si vivimos en un barrio privado con jardinero donde no estamos obligados a cruzarnos con el negrito que te limpia el parabrisas o con el nene que te pide una monedita en el micro. Es más fácil todo si la ignorancia se pone de moda.


PD: Si me pongo a hablar de la hermosa metáfora del águila y la mariposa me queda demasiado extenso el texto. Sólo me voy a limitar a destacar el uso que Martí da a la palabra “libre” en el fragmento previamente citado, en relación con mis reflexiones sobre la libertad de la entrada del 18 de diciembre pasado. Martí sí sabe de libertades. Martí no se deja engañar por el águila guerrera de la supuesta libertad estadounidense (esa que no es gratis), y entiende que la verdadera libertad es un estado del alma, libre de las cadenas del capital.

lunes, 25 de enero de 2016

Los tiempos de la vida. Volvieron las menciones a los griegos. Productividad. Qué es en verdad el tiempo libre. Justificaciones y más justificaciones. Resignación y descanso al fin.

Ya lo dice Vox Dei, lo dicen The Byrds, lo dice la Biblia, lo dicen los griegos de antes: hay un tiempo para cada cosa.

Pretender ser productiva el 100% de mi tiempo no me ha llevado muy lejos. De hecho, me llevó a pasar ya 26 días (sí, los voy contando) en reposo con la pierna en alto. 

El día que me quebré lo pasé en el hospital, aseguraba a todo el que se me cruzaba que aprovecharía el “tiempo libre” para preparar varios finales y avanzar en la carrera. No me percaté en su momento de un pequeño detalle: este obligado reposo no constituye exactamente tiempo libre
Mi mente no está libre, y mi cuerpo tampoco: ambos están presos de un yeso que ocupa el 90% de mi pierna derecha y una gran parte del día el 100% de mi mente. A veces me duele y me enojo porque me duele y no pienso en otra cosa que no sea por qué me duele cuando ya debería estar bien -cosa que no deja de ser una expectativa irrealizable, el médico dijo tres meses. 
A veces no me duele pero me incomoda y siempre que tengo que moverme me lo planteo dos veces: ¿es real y absolutamente necesario que haga ese viaje? Solo si la respuesta es un rotundo sí agarro las muletas y emprendo la odisea.
La necesidad de justificar ante el mundo que no estoy siendo productiva porque me quebré la tibia y el peroné y me pusieron una placa y nueve tornillos me desgasta. Fotos del yeso y constantes explicaciones tales como “hoy no estudié porque me dolía”, o “ayer iba a estudiar pero me quedé dormida” o “no salgo de casa porque me resulta sumamente engorroso caminar con las muletas hasta el ascensor y de ahí a la puerta del edificio”, ni hablar del terror que me dan las baldozas sueltas y las irregularidades de la vereda.
Este mismo escrito no es más que una justificación de mi improductividad de los últimos veintiséis días y los próximos quién sabe cuántos, porque intento convencerme de que todo va a ser mejor cuando pase del yeso a la bota walker y empiece la rehabilitación pero no puedo estar tan segura de que no me va a doler aún más cuando empiece a mover el tobillo de nuevo.

Como dicen Vox Dei, The Byrds, la Biblia y los griegos de antes: hay un tiempo para cada cosa, y evidentemente, para mí, este es tiempo de descanso y recuperación. 

No tiempo libre, no tiempo de estudiar, no tiempo de empezar un proyecto super productivo que me haga sentir que el reposo valió la pena. Simplemente tiempo de poner la pata en alto y distraerme con alguna pavada hasta que el cuerpo haga su trabajo de sellado y mi hueso vuelva a la normalidad (o lo más parecido posible a la normalidad).

domingo, 24 de enero de 2016

El reposo y el aburrimiento. De cómo no me quebré la tibia. Paciencia. Un palazo para Clarín. La fortuna de tener la pierna rota. Perspectivas.

Ya me está empezando a afectar el reposo. La vez anterior decía que no soy capaz de aburrirme, creo que sobreestimé mi capacidad de encontrar cosas para pensar.

El 30 de diciembre tuve la genial idea de ir hasta Magdalena a probar windsurfing en el río. Hacía mucho calor y había viento, las condiciones no eran las mejores para empezar, pero soy caprichosa y no me voy a quedar con las ganas de hacer algo que quiero. 
El windsurf es difícil, mucho más difícil de lo que parece. La tabla tiene dos agarraderas donde enganchás los pies y con las manos te agarrás de la vela, que se mueve para todos lados. 
Resulta que hacer equilibrio en el agua no es mi fuerte. En un momento dado, la vela se me zafó y la tabla se fue para donde quiso, el pie izquierdo salió de la agarradera, el derecho no. La tibia se me retorció como un trapo de piso hasta que pude sacar el pie de la tabla y así quedé tirada en la orilla con la pata rota. El resultado: una cirugía, dos cicatrices y tres meses sin pisar, pero ¿quién me quita lo bailado? O lo surfeado…

Mi hermana me sugirió escribir sobre el reposo. No sé si hay mucho para decir. 
Principalmente puedo garantizar que es aburrido y requiere muchísima paciencia, que por suerte sí es mi fuerte. Creo que mi mayor virtud es mi paciencia, pero fue adquirida, solía ser muy ansiosa y la vida me enseñó a esperar pacientemente porque la ansiedad no hace que las cosas lleguen antes y la verdad es que la pasás mejor cuando no estás contando los minutos que faltan para que llegue eso que esperás.
La historia sobre mi fractura es evidentemente falsa, o ficticia (me gusta más la noción de ficción que la de mentira, algún día desarrollaré esa distinción). La verdad sobre cómo me quebré la tibia y el peroné es inmensamente más aburrida. ¿Para qué voy a contar la versión real, si la ficticia es mucho más interesante? Creo que unos cuántos diarios argentinos tienen ese concepto como máxima para sus noticias.

Qué más puedo decir sobre el reposo, además de la paciencia que requiere. Que no se siente como si hubiera perdido todo el verano, que no me da envidia que la otra gente pueda disfrutar de la pileta y el aire libre. Que no me resulta tan difícil quedarme en casa con la pata en alto, salvo por los ratos de aburrimiento en los que siento que se me pasó la vida acá adentro.
Soy afortunada en tener aire acondicionado, una casa con todas las comodidades y un padre que viene tres veces por día a darme la comida y asegurarse de que esté bien. No me puedo quejar, mi yeso no pica y mi pierna (casi) no duele. 
Cierto, podría quejarme, pero ¿para qué? No va a cambiar nada de mi situación actual. Prefiero destacar las ventajas de estar quebrada en un contexto burgués y no las desventajas de estar quebrada frente a estar sana. Lo segundo no suma, lo primero me hace sentir bien y me otorga perspectiva.


Todo en la vida es una cuestión de perspectiva. Bueno, no sé si todo, algunas cosas son menos relativas, pero en este caso sí, mantener la perspectiva es determinante.

martes, 12 de enero de 2016

Demasiados pensamientos. Miedo. Libertad de expresión. La infaltable cita de autoridad. La utilidad de opinar. Para qué demonios escribo.

Son tantas las cosas sobre las que podría escribir que siento una especie de explosión mental diícil de ordenar. Demasiados días en reposo, demasiados sucesos en lo personal y en lo global. Demasiadas reflexiones que podría estar haciendo.
Una de esas cosas que me cuestioné todos estos días es la de hasta qué punto me conviene hablar, o escribir, sobre lo que realmente pienso. 
Claramente ha habido en el último mes una persecución política en nuestro país que infunde el miedo de quien piensa diferente. ¿Vale la pena decir lo que pienso y arriesgar, por ejemplo, mi puesto de trabajo? ¿Vale la pena exponerme al punto de perder seres queridos porque consideran que mi forma de pensar me hace indigna de su compañía? Y cualquiera podría decirme -y yo misma me diría- que una persona que no me considera digna de su saludo por pensar diferente es una persona que definitivamente no quiero tener en mi vida. Cierto, pero ¿qué pasa cuando de pronto esas personas son muchas, y la alternativa es quedar (aún más) sola?
Martin Luther King dice que "nuestras vidas inician su final el día que callamos las cosas que importan”. Me gusta la frase porque me obliga a seguir hablando, porque me recuerda que el silencio es complicidad y la complicidad se convierte en culpa. Pero no puedo evitar pensar en qué precio estoy dispuesta a pagar con tal de seguir exponiendo mis opiniones y mis formas de ver las cosas. 

Ayer un amigo me decía que hay que medir cómo uno es más útil a su ideología: si puteando a los cuatro vientos o trabajando de callado. Eso me hizo reflexionar sobre mi utilidad. ¿Escribo porque lo considero útil? ¿Yo me considero útil? ¿Útil para qué, para quién? 
No sé si se trata de utilidad/pragmatismo, o de una simple pulsión irracional que me lleva a niveles de exposición muchas veces nocivos para mí. ¿Tendré que aprender a callarme la boca? ¿O tendré que hacerme cargo de mis opiniones y encontrarles la utilidad? 

No escribo para convencer a nadie. No me interesa ni convencer, ni persuadir, ni cambiar opiniones. Sólo me interesa que lo que pienso -que es tanto- no muera en mi mente inerte. Que salga, que le llegue a alguien, pero no sé para qué. Tendría que averiguarlo.




martes, 5 de enero de 2016

Mi tibia y el reposo. Pensamientos. Contra-argumentos. El omnisciente tipo y el Universo. Cuál será el nombre de la patología de ponerle nombre a todo.

De la manera más absurda -pero muy digna de mí- me quebré la pierna y me esperan varias semanas de reposo. Personas allegadas me ofrecen libros, películas, series y todo tipo de entretenimiento mientras yo descubro lo que -no termino de decidir- puede ser mi mayor bendición o mi peor condena: la capacidad de entretenerme con nada más que mi propia mente. Tengo la extraordinaria facultad de poder estar horas mirando el techo en silencio viendo pasar caravanas de pensamientos inconexos que me entretienen y me torturan a la vez. Quizás por eso escribo.
Hay personas a las que, cuando discuten, se les nota en la cara que no me están escuchando sino que están esperando que termine mi exposición para darme su contra argumento. Contra es una palabra demasiado generosa en la oración anterior. La mayoría de las veces no saben qué dije, no lo procesan, no lo escuchan. Miran con la mente perdida mientras elaboran su postura para después sonreir con aires triunfales ante mi frustrado silencio. Con esa gente trato de no perder demasiado tiempo.

Estando internada tuve que escuchar a un hombre que sabía poco de todo y mucho de nada decir “yo puedo opinar sobre todo, porque sé de todo”. Un omnisciente tipo. 
El dolor en la tibia quebrada me impidió salir corriendo de la habitación al grito de “esto es demasiado para mí”, pero mi habilidad sobrenatural de fuga mental me vino como anillo al dedo.

Cuando dos (o más) de esos ‘omniscientes tipo’ se encuentran, tiembla el Cosmos. Calculo que el orden natural del Universo contempla la existencia de esos especímenes, pero su combinación puede ser letal. No para ellos, que están tan entretenidos escuchando su propio discurso que ni siquiera se percatan de que existe un mundo a su alrededor, sino para espectadores casuales y transeúntes a quienes después de varios minutos de exposición a sus energías se les van explotando los cerebros como salchichas en el microondas.

Ahora: lo difícil para los que tenemos mentes sobreestimuladas es callarlas. La meditación tiende a aburrirnos y poner la mente en blanco se convierte en un desafío tan grande que terminamos ocupándola ideando planes y esquemas de paso-a-paso para lograrlo. Esto es en sí mismo, el fracaso.

Envidio a los que pueden simplemente no pensar en nada, o pensar en imágenes, sin tener que narrar constantemente todo lo que se les cruza por la cabeza. A veces me pasa que si no lo narro siento que no lo pensé y vuelvo atrás en la idea para ponerle palabras mentales. Debe haber un nombre para esa patología, y no sé si quiero saberlo.