martes, 12 de enero de 2016

Demasiados pensamientos. Miedo. Libertad de expresión. La infaltable cita de autoridad. La utilidad de opinar. Para qué demonios escribo.

Son tantas las cosas sobre las que podría escribir que siento una especie de explosión mental diícil de ordenar. Demasiados días en reposo, demasiados sucesos en lo personal y en lo global. Demasiadas reflexiones que podría estar haciendo.
Una de esas cosas que me cuestioné todos estos días es la de hasta qué punto me conviene hablar, o escribir, sobre lo que realmente pienso. 
Claramente ha habido en el último mes una persecución política en nuestro país que infunde el miedo de quien piensa diferente. ¿Vale la pena decir lo que pienso y arriesgar, por ejemplo, mi puesto de trabajo? ¿Vale la pena exponerme al punto de perder seres queridos porque consideran que mi forma de pensar me hace indigna de su compañía? Y cualquiera podría decirme -y yo misma me diría- que una persona que no me considera digna de su saludo por pensar diferente es una persona que definitivamente no quiero tener en mi vida. Cierto, pero ¿qué pasa cuando de pronto esas personas son muchas, y la alternativa es quedar (aún más) sola?
Martin Luther King dice que "nuestras vidas inician su final el día que callamos las cosas que importan”. Me gusta la frase porque me obliga a seguir hablando, porque me recuerda que el silencio es complicidad y la complicidad se convierte en culpa. Pero no puedo evitar pensar en qué precio estoy dispuesta a pagar con tal de seguir exponiendo mis opiniones y mis formas de ver las cosas. 

Ayer un amigo me decía que hay que medir cómo uno es más útil a su ideología: si puteando a los cuatro vientos o trabajando de callado. Eso me hizo reflexionar sobre mi utilidad. ¿Escribo porque lo considero útil? ¿Yo me considero útil? ¿Útil para qué, para quién? 
No sé si se trata de utilidad/pragmatismo, o de una simple pulsión irracional que me lleva a niveles de exposición muchas veces nocivos para mí. ¿Tendré que aprender a callarme la boca? ¿O tendré que hacerme cargo de mis opiniones y encontrarles la utilidad? 

No escribo para convencer a nadie. No me interesa ni convencer, ni persuadir, ni cambiar opiniones. Sólo me interesa que lo que pienso -que es tanto- no muera en mi mente inerte. Que salga, que le llegue a alguien, pero no sé para qué. Tendría que averiguarlo.




1 comentario:

  1. Un punto intermedio...las verdades y "las cosas como son" son laceraciones que los otros no olvidan, en un tiempo tenia esa dulce percepción del pragmatismo apuntalado con experiencias empíricas y eclécticas, navegaba por la vida diciendo, a diestra y siniestra, lo que pensaba...hoy tengo tildes y catalogaciones recalcitrantes sobre mi persona, perdí amigos, perdí conocidos y fui relegado en la mayoría de los ámbitos a las trincheras del olvido...¿morir con las botas puestas?, no lo sé, es una reliquia que aún no puedo encontrar...si encontras la respuesta avísame!, lo que si puedo decirte es que cuando la verdad cae de madura, el que las escucha se bate a duelo en el campo de las interpretaciones...

    Escribir es como respirar y besar, se hace naturalmente, sin preámbulos ni cuestionamientos, no importa para quien ni para cuando...

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