sábado, 5 de agosto de 2017

La enfermedad como camino y otros libros de autoayuda. La obsesión posmoderna por tener el control. La culpabilización de las víctimas. Mecanismos de la sociedad de consumo. Aprender a aceptar lo que simplemente es.

Últimamente estoy notando una tendencia absurda a querer responsabilizar a la gente de todo lo que le ocurre.

Cuando me quebré la pierna vinieron varios a ofrecerme el libro “La enfermedad como camino” donde básicamente dice que las enfermedades que te agarrás son formas de tu psique de hacerte saber qué estás necesitando. 
No puede ser que simplemente te hayas accidentado, o que simplemente hayas estado cerca de alguien con un virus, o que simplemente hayas comido algo en mal estado. Sí o sí es tu subconciente que le avisa a tu cuerpo que estás necesitando algo. Entonces, este libro le asigna un significado oculto a cada dolor, por ejemplo yo me quebré la pierna en un accidente doméstico: necesitaba frenar y descansar. 
¿No puede ser simplemente que me desmayé y me quedó el pie enganchado en la puerta y me quebré? No. Necesitaba frenar, por eso me quebré la pierna: yo me lo busqué, la culpa es mía, la responsabilidad es mía, y si leo el libro y entiendo los mensajes que mi cuerpo me está dando, puedo ser más feliz, o evitar enfermarme, o darme cuenta de que si me enfermo no es por factores externos a mí, sino porque yo lo andaba buscando. BASURA.

Lo mismo pasa con las relaciones. Me canso de ver afiches virtuales y de escuchar a la gente decir “si no te querés vos no te va a querer nadie”. Listo, copado, quedamos así: si tengo baja la autoestima y no me estoy queriendo mucho, encima es mi culpa que los demás tampoco me quieran. Tengo que hacer magia para quererme así los demás me van a querer, porque soy yo la que genera que nadie me quiera. MENTIRA.
Cuánto te quieran los demás no depende en nada de vos. Cuánto uno quiera a alguien no depende de ese alguien, depende de uno exclusivamente. Así se explica que haya abusadores a los que sus parejas aman y que haya gente muy buena de la que no hay nadie enamorado: el amor está en el que lo da, no en el que lo recibe. No hay nada que podamos hacer para que nos quieran los demás, porque no tenemos control sobre los sentimientos de los demás (a penas si podemos controlar los propios). 

En lugar de aceptar que hay cosas que no podemos controlar y vivir con eso, esta nueva onda del new age y de la posmodernidad parapsicológica nos quiere hacer creer que todo en la vida depende de nosotros, que somos absolutos responsables de lo que nos pasa.

Lo que más me indigna es que las frases suenan bien y ese libro de las enfermedades se vendió como loco y la gente lo cree y se termina sintiendo responsable de cosas que jamás hubiera podido controlar. Se llega a la siguiente conclusión: todo lo malo que nos pasa es nuestra culpa y podríamos evitarlo si compráramos todos esos libros de autoayuda basura que nos enseñan a tener éxito en la vida. 
Resultados de llegar a esa conclusión: cuando te comprás los libros y no podés tener control sobre lo que te pasa (porque te seguís engripando y el chico que te gusta sigue sin darte pelota) te sentís una mierda y te querés pegar un corchazo, porque terminás pensando que sos vos el que está haciendo las cosas mal cuando en realidad se trata de cosas que están fuera de tu poder.

Esto no es más que un mecanismo más de la sociedad de consumo: te responsabilizo a vos de lo que te sale mal, te vendo el producto donde te enseño cómo hacer para que las cosas no te salgan mal y te pongo presión para que sientas que si no te sale todo bien es culpa tuya, entonces te sentís miserable y seguís comprando más y más de estos productos. 

A mí me costó mucho (tiempo y esfuerzo) llegar a sentirme bien conmigo misma, y la clave la encontré en aceptar que yo no tengo el control sobre las cosas que me pasan: 
Yo no tengo el poder de hacer que los demás me quieran. 
Yo no tengo la culpa si me enfermo. 
No todo depende de mí. 

Saber identificar qué cosas dependen de mí y qué cosas no fue lo que me llevó a vivir en paz conmigo misma, pero después vienen y me bombardean con esas frases hechas que sutilmente me echan la culpa de lo que no me sale como quiero y me sacan de mi eje.

A veces hay que aceptar que en la vida nos pasan cosas que no nos gustan o que no tienen un porqué, que nos pasan cosas que no dependen de nosotros, cosas sobre las que no tenemos el control. A veces hay que aceptar en lugar de explicar, responsabilizar, controlar. Aceptar y dejar que las cosas sean como son, sin más. 

domingo, 18 de junio de 2017

De talentos y fracasos. Eso del tema de Divididos que dice qué ves cuando me ves. Imposibilidad de comunicar(me). No puedo pedirles que no me tengan lástima. Sí puedo pedirles que no me digan que me tienen lástima. No me digan (más) que me tienen lástima.

“Yo te admiro porque todo lo que hacés te sale bien”, 
me dijeron. 

Antes de empezar mi reflexión sobre tamañas palabras me siento en la obligación de aclarar que no era un niño ni un pariente ni alguien enamorado de mí quien me lo dijo (esos serían tres motivos más que válidos para dudar de la legitimidad de su aseveración). Agrego también que me lo dijeron dos veces (a falta de una) en los últimos días, y de personas diferentes incluso.

No dudo, entonces, de la sinceridad de sus palabras. Sí dudo de la fidelidad de su percepción.
Tan lejos está esa frase de manifestar la realidad de los hechos que he estado cerca de pensar que se encuentra exactamente en el extremo opuesto, es decir, que nada de lo que hago me sale bien. Pero en realidad sería lo mismo, ni de una ni de otra forma esa frase escaparía del absoluto negligente al que intento esquivar, sin éxito.

El solo hecho de que desde afuera se vea como si todo lo que hago me saliera bien es un fracaso en sí mismo. Fracaso en transmitir mi falibilidad. Fracaso en transmitir mis inseguridades, mis debilidades, mis errores.

Y seguramente la lección 1 en cualquier libro de autoayuda sea “si tenés inseguridades, que no se note”. Bueno, no estoy de acuerdo.
Si uno no deja ver sus inseguridades, si uno se las guarda todas bien escondidas en algún rincón de su intimidad… No sé cómo terminar la condicional. No sé qué pasa si escondemos las inseguridades. 
¿Qué pasa?
Podría ser que uno intimida a los demás. Pero también puede ser que no los intimide, que simplemente cuenten con que uno tiene un nivel de autoconfianza inquebrantable, y que den por sentado que nada lo puede abatir o desmoralizar y se sientan más cómodos ejerciendo su crítica o su rechazo y que al final eso termine lastimando más a este supuesto ser impasible, cuya proyección de impavidez no es más que el fracaso en demostrar lo que realmente es.

No me sale todo bien. No me sale todo mal. 
Me sale mal mostrar mis debilidades, mis sentimientos, mis sensibilidades. Me sale muy mal mostrar cuando alguien me importa. Y me sale pésimo comunicarme.

Tal vez por eso estudie letras, y por eso escriba tanto. Tal vez por eso haya aprendido tantos idiomas y me haya esforzado tanto por entender las estructuras de la lengua. 
No sé cómo, no puedo, no tengo la capacidad de comunicar lo que soy, lo que siento, lo que hay de este lado. 

Mi vida es un eterno malentendido: parece que me sale bien lo que en verdad está mal. 

Parece que quiero decir una cosa cuando digo otra —y ojo, que esta semana también dos personas me dijeron que (mi forma de vivir mi vida) es triste, pero eso queda fuera del recorte de lo que elijo mostrar de mí misma, tal vez debería haber empezado por ahí…

sábado, 17 de junio de 2017

Lo posmoderno. Mi amistad platónica con Roland Barthes. La ironía de usar el término platónico en un tratado sobre posmodernidad. Un ínfimo conglomerado de ideas con escaso sustento teórico.

Tres veces en la última semana me encontré defendiendo la postmodernidad. ¿Por qué, o cuándo, o cómo me convertí en una defensora de la filosofía, estética, y pensamiento postmodernos? Por qué es la que más me gusta. El cuándo no importa y el cómo calculo que fue un proceso.
¿Por qué soy postmoderna/por qué me gusta la postmodernidad? Porque considero que es la caída de las estructuras que nos limitaron durante tantísimo tiempo. Porque yo fui, soy, me siento víctima de la rigidez con la que fuimos moldeados y de los límites que nos fueron puestos, impuestos por ese algo que trasciende las individualidades y pretende unificarnos, uniformarnos. 
Mi amigo Roland Barthes. Me gusta decir que es mi amigo, yo formé una relación de amistad con Roland (él no sabe, no puede saber porque murió de la manera más absurda antes de que yo pudiera leerlo), pero es mi amigo porque yo siento que compartimos cosas, tiempo, reflexiones. Después de todo, qué es la amistad, si no compañía. En fin, mi amigo Rolandito me dijo que "La mitología pequeñoburguesa implica el rechazo de la alteridad, la negación de lo diferente, el placer de la identidad y de la exaltación de lo semejante. Esta reducción ecuacional del mundo prepara una fase expansionista donde "la identidad" de los fenómenos humanos establece rápidamente una "naturaleza" y por lo tanto una “universalidad”.
La cita la tengo copiada desde hace más de un año. Me parece maravillosa. Me parece, también, que el pensamiento postmoderno pretende justamente romper con esa homogeneidad, esa identidad que se nos adjudica desde afuera como individuos y desde adentro como sociedad.

Estoy dando demasiadas vueltas. Me gusta lo postmoderno, me gusta lo efímero, no es que me gusta que las cosas sean efímeras, sino que me gusta que admitamos y aceptemos la brevedad, la levedad, la instrascendencia de todo. 
El otro día me encontré diciendo que yo siento que la postmodernidad se trata precisamente de quitarse las caretas. No sé a ciencia cierta si es así. ¿Hay ciencia cierta sobre la postmodernidad? ¿No se trata justamente de cuestionar todo lo que pretenda un cientificismo inquebrantable? 

En fin, para mí, la postmodernidad es la honestidad brutal a la que mucha gente no está dispuesta (o preparada) a enfrentarse. Es esa honestidad que nos muestra lo lindo pero también lo feo, que no exige que formemos vínculos sólidos y duraderos, que no nos pide más que lo que podemos dar. 
La postmodernidad es ruptura, y como toda ruptura, a muchos les duele, muchos la rechazan. Yo la abrazo (que es el antónimo más lindo para rechazo, porque rima).

Y así voy por el mundo enfrentando los resabios de romanticismo que quedan en cierto sector de la sociedad. Luchando contra todo el que, por ignorancia o por convicción, defenestra la postmodernidad y la tilda de trivial, de insustancial, de chamuyo berreta mezclado con pereza mental.

Para mí, pereza es aceptar todo lo que viene dado históricamente. Pero -como también me encontré diciendo esta semana- quién soy yo para venir a opinar…

sábado, 20 de mayo de 2017

I'm the shape of the hole inside your heart

Suenan los primeros acordes de Halfway There y a mí se me hace un nudo en el estómago. Tengo que superarlo, para superarlo tengo que enfrentarlo. Sigo escuchando aunque las tripas se me revuelven y el corazón me late fuerte. Pasaron tres días, es momento…
Parece tonto. Me siento tonta pero sentirme tonta no impide que me pase todo lo que me pasa. 
Pasé tres días intentando comprender. La muerte no se entiende, me pasó con otras muertes. La muerte no se entiende, se procesa, se supera, pero no se entiende. Por eso me perturba tanto.

Hace cuatro años fui a Seattle para tratar de entender (otras muertes). Para ver si estando ahí podía sentir lo que sintieron ellos, lo que los llevó a transmitir en su música eso que a mí me pasó toda la vida, esa sensación de incomprensión, esa especie de existencialismo posmoderno que nos hace preguntarnos para qué, una y otra vez para qué, sin que haya una respuesta.
Mi tercer día en Seattle pensé en suicidarme. Nunca se lo dije a nadie, hoy lo hago público porque se mató Chris Cornell (lo escribo y no me lo creo) y eso es más fuerte que mi breve pensamiento suicida en su ciudad. 
Todo es tan gris en Seattle, la gente es tan falsamente alegre, tan simpáticos pero no genuinamente, tienen esa simpatía obligada, esa sonrisa deformada del video de Black Hole Sun. Se genera una sensación de ahogo en esa pequeña ciudad encerrada en el medio de la nada, entre mar y montañas, entre la falsedad de la cultura del oeste estadounidense y la mediocridad de una ciudad industrial, ciudad-pueblo que no tiene grandes aspiraciones, y se nota. 
Yo fui en 2013, imagino que en los noventas habrá sido peor. Los neo-hippies veganos con sus jabones orgánicos y sus ropas recicladas abundan y te hacen sentir inferior, moralmente sucio, por no ser como ellos (but you're staring at me, like I need to be saved). A las cinco de la tarde es de noche y garúa (no importa cuándo estés leyendo esto, siempre garúa). No hay taxis, no hay veredas en muchos barrios y no hay ningún tipo de contención para el peatón, como la que uno puede encontrar en grandes ciudades donde a pesar de estar solo nunca se siente la soledad. 
En Seattle el que está solo está solo, solísimo, solo en el mundo, aislado en el medio de la mierda con la sensación de que uno se puede ir lejos pero esa basura la va a llevar adonde vaya. Y pensé en matarme, pero yo no me maté, me fui al día siguiente con la satisfacción de haber entendido a Kurt y a Layne y con la promesa de no volver más. 

¿Por qué me afecta la muerte de Cornell? Porque era mi esperanza. Porque él sentía lo que siento yo, y lo decía en sus canciones mejor de lo que yo hubiera podido expresar en toda mi vida. Pero Cornell había sobrevivido, a diferencia de Kurt y de Layne, incluso de Scott, Chris había sobrevivido a esos sentimientos de desazón, a esa desesperanza generalizada, a ese abatimiento al que nos somete el mundo contemporáneo. Chris tenía su esposa y sus hijos, había salido de las adicciones, tenía una vida normal y me daba esperanza de que algún día yo también, como él, pudiera dejar de sentir toda esa oscuridad en mi interior. 

Lo vi dos veces en recitales. 
En 2014 estaba bien, hasta le toqué la mano (creo). 
En 2016 lo vi distinto. Hizo comentarios oscuros, habló de lo inútil que se sentía, de lo dura que era la vida y de cómo a partir del vuelco reaccionario que estaba teniendo el mundo (se refería a Trump pero no sólo a Trump), se sentía desesperanzado frente al mundo que les dejaba a sus hijos, habló de cómo le cuesta educar a sus hijos, dijo que los tiempos están cambiando para mal, y adaptó la letra de un tema de Dylan para ilustrar esos pensamientos. 
Desde lo musical fue un recital soñado, íntimo, en el Teatro Colón, donde su despliegue vocal superó todas mis expectativas, pero sus comentarios me dejaron un sabor amargo. Algo no estaba bien. No me hubiera podido imaginar nunca que todo estaría tan mal.

¿Y ahora qué nos queda a nosotros? Si Chris Cornell no pudo, ¿cómo voy a poder yo? Y más importante aún, ¿cómo voy a poder yo manifestar todo lo que me pasa por dentro si no está Cornell para ponerle letra y música a mis sentimientos?
Cada vez que veo su foto siento una patada en la boca del estómago. No puede faltarme Cornell. no quiero vivir sin la esperanza de verlo en otro recital, no quiero seguir la vida sin esperar que saque un nuevo disco, un nuevo tema.
Cuando pienso “se murió Chris Cornell” me late fuerte el corazón e inmediatamente sigue mi pensamiento “no puede ser, es imposible”.
Hace tres noches sueño pesadillas. Que se muere uno, que se muere otro. Que revive alguien que ya se murió y se vuelve a morir. Y no se me va el nudo en el estómago. 
Ahora suena Black Hole Sun, “times are gone for honest men”, ¿será verdad?

Le robo las palabras a un amigo para cerrar esta especie de eulogía o descargo o proceso del duelo: “no concibo un mundo sin Chris Cornell”. 
Habrá que ver entonces cómo sigue todo, cómo es el mundo sin Cornell, cuánto duran las pesadillas, cuándo se me va el nudo en el estómago y cómo lleno ese hueco con su forma que quedó en mi corazón. 


domingo, 19 de marzo de 2017

Marzo. La muerte. La energía se transforma. Marzo. Mi mamá. El Indio Solari. Marzo. La lucha. La proyección del otro en uno. Marzo. Lo incontrolable. La muerte.

Yo no sé mucho de ciencia, pero sé que dicen que la energía no empieza ni termina, sólo se transforma. 

Y creo que con la gente pasa lo mismo. Cuando alguien se muere, se transforma. Inevitablemente se transforma porque sólo queda de esa persona el recuerdo, la impresión que causó en otras, entonces es imposible que siga existiendo como ser por sí mismo, sólo existe en los demás.

Es marzo y pienso en mi mamá. Es inevitable.

Mi mamá es una para mí y otra para mis hermanas. Es la madre de las tres, pero cada una se queda con algo diferente de ella. Yo, por ejemplo, la recuerdo como luchadora. No es que no me acuerde de cómo me arropaba a la noche, de los cuentos que me leía, del amor maternal que nunca me faltó. Es sólo que lo que me marcó de su presencia en mi vida es su rol como ciudadana y militante más que su rol como madre, y eso tiene que ver con los momentos que viví con ella en mis años de crecimiento.

Yo era chica cuando mi mamá empezó con la militancia política. Me llevaba a las reuniones, a las panfleteadas, a las jornadas y a las marchas y así me enseñaba sobre el poder de la lucha. 
[Quizás por eso me emocione tanto hoy ver al pueblo unido, porque ver una plaza llena de trabajadores luchando por sus derechos es un poco tener a mi mamá presente, es un poco volver a mi infancia menemista y darle la mano fuerte porque me asustaban las bombas de estruendo.]
Mi mamá me llevaba a peñas donde se comía locro y empanadas, donde se bailaba folklore y se guitarreaban canciones de izquierda (y a mí no me gustaba nada de eso). 
Mi mamá era una verdadera patriota de la Patria Grande. Era la fanática de Artigas y San Martín que desde mis ocho-nueve años me hacía escuchar un cassette con el último discurso de Allende antes de que lo destituyera el golpe militar de Pinochet. Era la que me repetía una y mil veces que ella me había querido poner Malvina Soledad por las islas, y que yo era la reencarnación de un soldado caído en la guerra de Malvinas, porque fui concebida cuando se declaró la paz (sus creencias eran eclécticas, como ella).

Pero mis hermanas no la recuerdan así, para mis hermanas mi mamá era otra, no sé bien quién, eso lo sabrán ellas. Qué recuerdos atesoran con ella, qué momentos se destacan entre todos los compartidos… 
El asunto es que mi mamá, como la energía, se transformó. Dejó de ser ella, dejó de ser quien ella quería ser (o quien ella podía ser) para pasar a ser lo que cada uno de nosotros veía en ella. Y así pasa con todos.

Anoche escuchaba al Indio Solari hablar de la inmortalidad y me resultó inevitable pensar en que uno puede controlar quien uno es (hasta cierto punto), pero no puede controlar cómo a uno lo ven, y cuando uno se muere ya no puede desmentir a nadie y pasa de ser un ente a ser una percepción, una idea. ¿Quién será el Indio Solari cuando eventualmente se muera? 

Como siempre en este espacio termino divagando. No sé si quería escribir sobre mi mamá, sobre el Indio o sobre la muerte, pero me desperté pensando en cómo uno deja de ser quien es cuando se muere y pasa a ser quien los demás veían en uno mientras vivía. Y eso es lo único que me aterra de la muerte. No es la muerte en sí misma, no me preocupa morirme, pero la idea de quedar en los demás como una distorsión de mí misma, como un término medio entre lo que fui y lo que ellos esperaban que fuera, como una proyección de cada uno de los que me recuerden, eso no me gusta nada.

Ahora que lo pienso, tal vez sea por eso que escribo.


miércoles, 8 de marzo de 2017

Feliz día de la minita. Piropos. Ni una menos. La banalización de la lucha. La muerte de la lucha. Mi compromiso con el género. Chita la boca.

El otro día fui al supermercado y me dijeron un piropo. No fue nada ofensivo, no entendí bien qué me dijo pero no era una grosería. Cuando salí del super agarré por otro lado para no volver por la esquina donde estaba el que me gritó.  
Yo sé que el Presidente está convencido de que nos gusta que nos digan que tenemos buen culo, pero yo, con 33 años, hice una cuadra más para evitar cruzarme con el que me había piropeado.  Para que no piense que lo estaba provocando, para que no se sienta con derecho a volver a gritarme algo que yo no busqué ni disfruté.

Hoy me dijeron que no hable de igualdad cuando yo también elijo los jeans que me hacen buen culo para que me miren los tipos. No quiero ser hipócrita, si no me gusta cómo me queda un jean no me lo compro (que no quiere decir que me los compre para que me miren los tipos), pero eso no quita que yo pueda hablar de igualdad.

Yo no voy a la marcha del #NiUnaMenos. No la siento mi causa. No porque no esté de acuerdo con la consigna, estoy absolutamente de acuerdo con la consigna ni una menos, pero no es mi marcha.

No estoy de acuerdo con lo trivializada que está la lucha de género, con lo tergiversados que están los conceptos. No estoy de acuerdo con el circo mediático que se hace alrededor de las víctimas de violencia de género. Se empieza a hablar del tema en los programas de chimentos, se hace un operativo sobre una orden de restricción en el programa de Tinelli, se muestra a mujeres con moretones en tapas de revistas, se vuelve superfluo, insignificante, se vuelve un chiste, una burla, un chusmerío más.

Y yo creo que trivializar una lucha es una buena forma de desprestigiarla, de ningunearla, de matarla. Así como quisieron hacer con los docentes sugiriendo que cualquier hijo de vecino era capaz de reemplazarlos (y gratis) en las aulas. Así como quisieron hacer con la marcha de ayer, diciendo que se trataba de vagos que fueron por el chori y la birra.
Pero con el movimiento obrero no pueden, con los docentes no pueden, y ¿saben por qué no pueden? Porque los que luchan no se prestan. Porque los docentes y los obreros no se prestan al circo mediático, no compran la basura de los medios hegemónicos, en cambio, las mujeres sí. Las mujeres mismas se juzgan entre ellas (¿debería usar el nosotros en esa oración?), las mujeres dudan de sus congéneres, las mujeres son las que se prestan a banalizar un tema tan grave y tan profundamente arraigado en nuestra sociedad como la violencia de género, y son mujeres las que critican la lucha de género al grito de “¿para qué marchan? Si ya somos libres”.

No, no somos libres, pero no, no voy a ir a la marcha del #NiUnaMenos. Igualmente yo no voy a bajar los brazos, porque como mujer me comprometo a no juzgar a las otras por lo que tenían puesto cuando las violaron, me comprometo a creerles a mis congéneres cuando dicen que sus parejas les pegaron (no necesito ver moretones), y a no preguntar qué hicieron para que les peguen, me comprometo a no enojarme con la amante si mi pareja me engaña, me comprometo a no culpar a las mujeres de su situación de oprimidas.

Yo me comprometo a no callarme nunca, aunque se aburran de lo que tengo para decir, aunque les canse que cada 8 de marzo me indigne por los saludos en boca de misóginos y por la banalización del día, transformándolo en una ocasión para vender flores y bombones, aunque se pudran de que me descargue en un escrito, y aunque sigan acusándonos a las mujeres de hablar mucho/demasiado, yo no me voy a callar: nunca. 

miércoles, 15 de febrero de 2017

Ser mujer. Amistad y género. Un ser rústico. La ley del offisde. Amar, coger, partir. Ser varón, no ser mujer.

Siempre me molestó ser mujer. Toda mi vida me pesó. No soy feliz como mujer. No me gustan los ámbitos “femeninos”. No me siento cómoda en los típicos grupos de chicas.

Tengo muchos amigos varones y encuentro mucha gente que cree que no es posible que tenga amigos varones. Me dicen que no son amigos, que me quieren dar y se hacen pasar por amigos para darme, o que eventualmente me van a terminar dando y se va a terminar la amistad. Y tengo que explicarme, justificarme. Algo malo hay en mí si me junto con tipos, seguro los quiero provocar…  [Les aviso a los lectores que no quiero provocar a mis amigos varones, en particular para que se queden tranquilas sus esposas o novias, no me interesan sexualmente mis amigos, se puede hablar con un hombre sin querer encamarse con él, y si vos no podés, qué pena me das].

Ayer me dijeron que soy rústica. Para mujer soy rústica, si fuera hombre sería uno más del montón. Como mujer tengo que ser delicada, no puedo usar palabrotas, no puedo hablar de funciones escatológicas, no puedo ver pornografía sin taparme los ojos. Tengo que censurarme y contenerme para encajar en los roles que se asignan naturalmente a mi género.

En mi oficina ya aprendí que si se habla de fútbol me tengo que callar. Aunque sea la única que miró el partido, como el caso del gol absurdo contra Boca el sábado pasado. Tengo que callarme porque aunque hable no se me escucha. Porque soy mujer. Incluso dos veces mirando fútbol con hombres (uno de los cuales se define como feminista) me preguntaron si entendía el offside. Chicos, no es física nuclear, es fútbol.

En las reuniones de parejas: las mujeres por un lado, los hombres por otro. Los hombres hablan de economía, de política, de deportes, de actualidad. Las mujeres hablan de sus hijos. Siempre me sentí desubicada en ese ambiente. Siempre me acercaba a los hombres para charlar con ellos, y mi pareja me retaba porque no los dejaba tranquilos para “hablar cosas de hombres”, o porque él quedaba como un pollerudo si me dejaba charlar con sus amigos junto a la parrilla. Tenía, obligadamente, que sentarme con las mujeres y los pibitos a escuchar historias de travesuras o requerimientos de útiles escolares.

Ayer tuve que explicarle a un hombre que las mujeres también somos capaces de tener sexo sin amor. En caso de que no lo supieran, se los confirmo: sí, tenemos la capacidad biológica de tener sexo sin amor, de sostener una relación estrictamente sexual sin desarrollar sentimientos por el compañero. Es posible, aunque muchas elijan no hacerlo, la capacidad existe.
Y todavía no logro hacer que me crean que existimos mujeres que no queremos tener hijos, que sinceramente y desde lo más profundo del corazón, no está en nuestros planes formar una familia.

Machismo es creer que muchas de las diferencias culturales entre hombres y mujeres son en verdad biológicas. Es prejuzgar mis intereses, mi modo de hablar, mi capacidad de entender un deporte o mis metas en la vida, en función de mis genitales.
Cuando era chica soñaba con ser varón. Y si tuviera que elegir como quién reencarnar en mi próxima vida, no me importa quién sería, sólo me importa no nacer mujer.


No me gustan las mujeres y tampoco quiero ser un varón trans. No tiene que ver con preferencia sexual ni con identificación biológica. Sólo quisiera terminar con esta sensación de vivir en la periferia de un mundo del que sólo puedo participar como observadora, simplemente porque no nací con huevos.