Yo no sé mucho de ciencia, pero sé que dicen que la energía no empieza ni termina, sólo se transforma.
Y creo que con la gente pasa lo mismo. Cuando alguien se muere, se transforma. Inevitablemente se transforma porque sólo queda de esa persona el recuerdo, la impresión que causó en otras, entonces es imposible que siga existiendo como ser por sí mismo, sólo existe en los demás.
Es marzo y pienso en mi mamá. Es inevitable.
Mi mamá es una para mí y otra para mis hermanas. Es la madre de las tres, pero cada una se queda con algo diferente de ella. Yo, por ejemplo, la recuerdo como luchadora. No es que no me acuerde de cómo me arropaba a la noche, de los cuentos que me leía, del amor maternal que nunca me faltó. Es sólo que lo que me marcó de su presencia en mi vida es su rol como ciudadana y militante más que su rol como madre, y eso tiene que ver con los momentos que viví con ella en mis años de crecimiento.
Yo era chica cuando mi mamá empezó con la militancia política. Me llevaba a las reuniones, a las panfleteadas, a las jornadas y a las marchas y así me enseñaba sobre el poder de la lucha.
[Quizás por eso me emocione tanto hoy ver al pueblo unido, porque ver una plaza llena de trabajadores luchando por sus derechos es un poco tener a mi mamá presente, es un poco volver a mi infancia menemista y darle la mano fuerte porque me asustaban las bombas de estruendo.]
Mi mamá me llevaba a peñas donde se comía locro y empanadas, donde se bailaba folklore y se guitarreaban canciones de izquierda (y a mí no me gustaba nada de eso).
Mi mamá era una verdadera patriota de la Patria Grande. Era la fanática de Artigas y San Martín que desde mis ocho-nueve años me hacía escuchar un cassette con el último discurso de Allende antes de que lo destituyera el golpe militar de Pinochet. Era la que me repetía una y mil veces que ella me había querido poner Malvina Soledad por las islas, y que yo era la reencarnación de un soldado caído en la guerra de Malvinas, porque fui concebida cuando se declaró la paz (sus creencias eran eclécticas, como ella).
Pero mis hermanas no la recuerdan así, para mis hermanas mi mamá era otra, no sé bien quién, eso lo sabrán ellas. Qué recuerdos atesoran con ella, qué momentos se destacan entre todos los compartidos…
El asunto es que mi mamá, como la energía, se transformó. Dejó de ser ella, dejó de ser quien ella quería ser (o quien ella podía ser) para pasar a ser lo que cada uno de nosotros veía en ella. Y así pasa con todos.
Anoche escuchaba al Indio Solari hablar de la inmortalidad y me resultó inevitable pensar en que uno puede controlar quien uno es (hasta cierto punto), pero no puede controlar cómo a uno lo ven, y cuando uno se muere ya no puede desmentir a nadie y pasa de ser un ente a ser una percepción, una idea. ¿Quién será el Indio Solari cuando eventualmente se muera?
Como siempre en este espacio termino divagando. No sé si quería escribir sobre mi mamá, sobre el Indio o sobre la muerte, pero me desperté pensando en cómo uno deja de ser quien es cuando se muere y pasa a ser quien los demás veían en uno mientras vivía. Y eso es lo único que me aterra de la muerte. No es la muerte en sí misma, no me preocupa morirme, pero la idea de quedar en los demás como una distorsión de mí misma, como un término medio entre lo que fui y lo que ellos esperaban que fuera, como una proyección de cada uno de los que me recuerden, eso no me gusta nada.
Ahora que lo pienso, tal vez sea por eso que escribo.
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