sábado, 20 de mayo de 2017

I'm the shape of the hole inside your heart

Suenan los primeros acordes de Halfway There y a mí se me hace un nudo en el estómago. Tengo que superarlo, para superarlo tengo que enfrentarlo. Sigo escuchando aunque las tripas se me revuelven y el corazón me late fuerte. Pasaron tres días, es momento…
Parece tonto. Me siento tonta pero sentirme tonta no impide que me pase todo lo que me pasa. 
Pasé tres días intentando comprender. La muerte no se entiende, me pasó con otras muertes. La muerte no se entiende, se procesa, se supera, pero no se entiende. Por eso me perturba tanto.

Hace cuatro años fui a Seattle para tratar de entender (otras muertes). Para ver si estando ahí podía sentir lo que sintieron ellos, lo que los llevó a transmitir en su música eso que a mí me pasó toda la vida, esa sensación de incomprensión, esa especie de existencialismo posmoderno que nos hace preguntarnos para qué, una y otra vez para qué, sin que haya una respuesta.
Mi tercer día en Seattle pensé en suicidarme. Nunca se lo dije a nadie, hoy lo hago público porque se mató Chris Cornell (lo escribo y no me lo creo) y eso es más fuerte que mi breve pensamiento suicida en su ciudad. 
Todo es tan gris en Seattle, la gente es tan falsamente alegre, tan simpáticos pero no genuinamente, tienen esa simpatía obligada, esa sonrisa deformada del video de Black Hole Sun. Se genera una sensación de ahogo en esa pequeña ciudad encerrada en el medio de la nada, entre mar y montañas, entre la falsedad de la cultura del oeste estadounidense y la mediocridad de una ciudad industrial, ciudad-pueblo que no tiene grandes aspiraciones, y se nota. 
Yo fui en 2013, imagino que en los noventas habrá sido peor. Los neo-hippies veganos con sus jabones orgánicos y sus ropas recicladas abundan y te hacen sentir inferior, moralmente sucio, por no ser como ellos (but you're staring at me, like I need to be saved). A las cinco de la tarde es de noche y garúa (no importa cuándo estés leyendo esto, siempre garúa). No hay taxis, no hay veredas en muchos barrios y no hay ningún tipo de contención para el peatón, como la que uno puede encontrar en grandes ciudades donde a pesar de estar solo nunca se siente la soledad. 
En Seattle el que está solo está solo, solísimo, solo en el mundo, aislado en el medio de la mierda con la sensación de que uno se puede ir lejos pero esa basura la va a llevar adonde vaya. Y pensé en matarme, pero yo no me maté, me fui al día siguiente con la satisfacción de haber entendido a Kurt y a Layne y con la promesa de no volver más. 

¿Por qué me afecta la muerte de Cornell? Porque era mi esperanza. Porque él sentía lo que siento yo, y lo decía en sus canciones mejor de lo que yo hubiera podido expresar en toda mi vida. Pero Cornell había sobrevivido, a diferencia de Kurt y de Layne, incluso de Scott, Chris había sobrevivido a esos sentimientos de desazón, a esa desesperanza generalizada, a ese abatimiento al que nos somete el mundo contemporáneo. Chris tenía su esposa y sus hijos, había salido de las adicciones, tenía una vida normal y me daba esperanza de que algún día yo también, como él, pudiera dejar de sentir toda esa oscuridad en mi interior. 

Lo vi dos veces en recitales. 
En 2014 estaba bien, hasta le toqué la mano (creo). 
En 2016 lo vi distinto. Hizo comentarios oscuros, habló de lo inútil que se sentía, de lo dura que era la vida y de cómo a partir del vuelco reaccionario que estaba teniendo el mundo (se refería a Trump pero no sólo a Trump), se sentía desesperanzado frente al mundo que les dejaba a sus hijos, habló de cómo le cuesta educar a sus hijos, dijo que los tiempos están cambiando para mal, y adaptó la letra de un tema de Dylan para ilustrar esos pensamientos. 
Desde lo musical fue un recital soñado, íntimo, en el Teatro Colón, donde su despliegue vocal superó todas mis expectativas, pero sus comentarios me dejaron un sabor amargo. Algo no estaba bien. No me hubiera podido imaginar nunca que todo estaría tan mal.

¿Y ahora qué nos queda a nosotros? Si Chris Cornell no pudo, ¿cómo voy a poder yo? Y más importante aún, ¿cómo voy a poder yo manifestar todo lo que me pasa por dentro si no está Cornell para ponerle letra y música a mis sentimientos?
Cada vez que veo su foto siento una patada en la boca del estómago. No puede faltarme Cornell. no quiero vivir sin la esperanza de verlo en otro recital, no quiero seguir la vida sin esperar que saque un nuevo disco, un nuevo tema.
Cuando pienso “se murió Chris Cornell” me late fuerte el corazón e inmediatamente sigue mi pensamiento “no puede ser, es imposible”.
Hace tres noches sueño pesadillas. Que se muere uno, que se muere otro. Que revive alguien que ya se murió y se vuelve a morir. Y no se me va el nudo en el estómago. 
Ahora suena Black Hole Sun, “times are gone for honest men”, ¿será verdad?

Le robo las palabras a un amigo para cerrar esta especie de eulogía o descargo o proceso del duelo: “no concibo un mundo sin Chris Cornell”. 
Habrá que ver entonces cómo sigue todo, cómo es el mundo sin Cornell, cuánto duran las pesadillas, cuándo se me va el nudo en el estómago y cómo lleno ese hueco con su forma que quedó en mi corazón. 


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