Siempre
me molestó ser mujer. Toda mi vida me pesó. No soy feliz como mujer. No me
gustan los ámbitos “femeninos”. No me siento cómoda en los típicos grupos de
chicas.
Tengo
muchos amigos varones y encuentro mucha gente que cree que no es posible que
tenga amigos varones. Me dicen que no son amigos, que me quieren dar y se hacen
pasar por amigos para darme, o que eventualmente me van a terminar dando y se
va a terminar la amistad. Y tengo que explicarme, justificarme. Algo malo hay
en mí si me junto con tipos, seguro los quiero provocar… [Les aviso a los lectores que no quiero
provocar a mis amigos varones, en particular para que se queden tranquilas sus
esposas o novias, no me interesan sexualmente mis amigos, se puede hablar con
un hombre sin querer encamarse con él, y si vos no podés, qué pena me das].
Ayer
me dijeron que soy rústica. Para mujer soy rústica, si fuera hombre sería uno
más del montón. Como mujer tengo que ser delicada, no puedo usar palabrotas, no
puedo hablar de funciones escatológicas, no puedo ver pornografía sin taparme
los ojos. Tengo que censurarme y contenerme para encajar en los roles que se
asignan naturalmente a mi género.
En
mi oficina ya aprendí que si se habla de fútbol me tengo que callar. Aunque sea
la única que miró el partido, como el caso del gol absurdo contra Boca el
sábado pasado. Tengo que callarme porque aunque hable no se me escucha. Porque
soy mujer. Incluso dos veces mirando fútbol con hombres (uno de los cuales se
define como feminista) me preguntaron si entendía el offside. Chicos, no es
física nuclear, es fútbol.
En
las reuniones de parejas: las mujeres por un lado, los hombres por otro. Los
hombres hablan de economía, de política, de deportes, de actualidad. Las
mujeres hablan de sus hijos. Siempre me sentí desubicada en ese ambiente.
Siempre me acercaba a los hombres para charlar con ellos, y mi pareja me retaba
porque no los dejaba tranquilos para “hablar cosas de hombres”, o porque él quedaba
como un pollerudo si me dejaba charlar con sus amigos junto a la parrilla.
Tenía, obligadamente, que sentarme con las mujeres y los pibitos a escuchar
historias de travesuras o requerimientos de útiles escolares.
Ayer
tuve que explicarle a un hombre que las mujeres también somos capaces de tener
sexo sin amor. En caso de que no lo supieran, se los confirmo: sí, tenemos la
capacidad biológica de tener sexo sin amor, de sostener una relación
estrictamente sexual sin desarrollar sentimientos por el compañero. Es posible,
aunque muchas elijan no hacerlo, la capacidad existe.
Y
todavía no logro hacer que me crean que existimos mujeres que no queremos tener
hijos, que sinceramente y desde lo más profundo del corazón, no está en
nuestros planes formar una familia.
Machismo
es creer que muchas de las diferencias culturales entre hombres y mujeres son
en verdad biológicas. Es prejuzgar mis intereses, mi modo de hablar, mi capacidad
de entender un deporte o mis metas en la vida, en función de mis genitales.
Cuando
era chica soñaba con ser varón. Y si tuviera que elegir como quién reencarnar
en mi próxima vida, no me importa quién sería, sólo me importa no nacer mujer.
No
me gustan las mujeres y tampoco quiero ser un varón trans. No tiene que ver con
preferencia sexual ni con identificación biológica. Sólo quisiera terminar con
esta sensación de vivir en la periferia de un mundo del que sólo puedo
participar como observadora, simplemente porque no nací con huevos.
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