miércoles, 15 de febrero de 2017

Ser mujer. Amistad y género. Un ser rústico. La ley del offisde. Amar, coger, partir. Ser varón, no ser mujer.

Siempre me molestó ser mujer. Toda mi vida me pesó. No soy feliz como mujer. No me gustan los ámbitos “femeninos”. No me siento cómoda en los típicos grupos de chicas.

Tengo muchos amigos varones y encuentro mucha gente que cree que no es posible que tenga amigos varones. Me dicen que no son amigos, que me quieren dar y se hacen pasar por amigos para darme, o que eventualmente me van a terminar dando y se va a terminar la amistad. Y tengo que explicarme, justificarme. Algo malo hay en mí si me junto con tipos, seguro los quiero provocar…  [Les aviso a los lectores que no quiero provocar a mis amigos varones, en particular para que se queden tranquilas sus esposas o novias, no me interesan sexualmente mis amigos, se puede hablar con un hombre sin querer encamarse con él, y si vos no podés, qué pena me das].

Ayer me dijeron que soy rústica. Para mujer soy rústica, si fuera hombre sería uno más del montón. Como mujer tengo que ser delicada, no puedo usar palabrotas, no puedo hablar de funciones escatológicas, no puedo ver pornografía sin taparme los ojos. Tengo que censurarme y contenerme para encajar en los roles que se asignan naturalmente a mi género.

En mi oficina ya aprendí que si se habla de fútbol me tengo que callar. Aunque sea la única que miró el partido, como el caso del gol absurdo contra Boca el sábado pasado. Tengo que callarme porque aunque hable no se me escucha. Porque soy mujer. Incluso dos veces mirando fútbol con hombres (uno de los cuales se define como feminista) me preguntaron si entendía el offside. Chicos, no es física nuclear, es fútbol.

En las reuniones de parejas: las mujeres por un lado, los hombres por otro. Los hombres hablan de economía, de política, de deportes, de actualidad. Las mujeres hablan de sus hijos. Siempre me sentí desubicada en ese ambiente. Siempre me acercaba a los hombres para charlar con ellos, y mi pareja me retaba porque no los dejaba tranquilos para “hablar cosas de hombres”, o porque él quedaba como un pollerudo si me dejaba charlar con sus amigos junto a la parrilla. Tenía, obligadamente, que sentarme con las mujeres y los pibitos a escuchar historias de travesuras o requerimientos de útiles escolares.

Ayer tuve que explicarle a un hombre que las mujeres también somos capaces de tener sexo sin amor. En caso de que no lo supieran, se los confirmo: sí, tenemos la capacidad biológica de tener sexo sin amor, de sostener una relación estrictamente sexual sin desarrollar sentimientos por el compañero. Es posible, aunque muchas elijan no hacerlo, la capacidad existe.
Y todavía no logro hacer que me crean que existimos mujeres que no queremos tener hijos, que sinceramente y desde lo más profundo del corazón, no está en nuestros planes formar una familia.

Machismo es creer que muchas de las diferencias culturales entre hombres y mujeres son en verdad biológicas. Es prejuzgar mis intereses, mi modo de hablar, mi capacidad de entender un deporte o mis metas en la vida, en función de mis genitales.
Cuando era chica soñaba con ser varón. Y si tuviera que elegir como quién reencarnar en mi próxima vida, no me importa quién sería, sólo me importa no nacer mujer.


No me gustan las mujeres y tampoco quiero ser un varón trans. No tiene que ver con preferencia sexual ni con identificación biológica. Sólo quisiera terminar con esta sensación de vivir en la periferia de un mundo del que sólo puedo participar como observadora, simplemente porque no nací con huevos.

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