jueves, 31 de marzo de 2016

Una certeza en el mar de dudas. Obsesiones y autoaceptación. Percepciones propias y ajenas. El poder de la terapia cognitiva-dinámica. Una conclusión confusa.

Entre tantas dudas y a partir de un escrito que vi en una red social me surgió la necesidad de volver a un tema sobre el que había escrito sin publicar. 
Hace un tiempo vi una serie de documentales sobre obsesiones con el cuerpo, desórdenes alimenticios, cirugías estéticas, adicciones, ese tipo de temas. Cosas que decían los entrevistados me llevaron a pensar en la aceptación, en la autoaceptación para ser más exacta.
No específicamente la aceptación del cuerpo de uno, aunque es una parte importante de sentirse cómodo con lo que uno es, sino más particularmente me puse a pensar en los problemas de aceptación que he tenido yo (que no se relacionan con lo físico) y en cómo llegué a superarlos.
Revisando escritos viejos encontré un trabajo que hice para terapia a principios de 2012 que describía cómo o quién me gustaría ser. Para gran sorpresa mía, todo lo que hace cuatro años consideraba un ideal imposible de la persona en la que me gustaría convertirme son características que hoy considero que cumplo. No sé exactamente cómo pasé de querer ser esas cosas a finalmente serlo, pero gracias a ese escrito sí pude comprender por qué ahora me siento cómoda con mi forma de ser: porque soy la persona que yo quiero ser. 

En ese documental hablaba un experto que decía que muchas veces nuestra percepción de nosotros mismos está tan influenciada por cómo creemos que los otros nos ven que no somos capaces de vernos a nosotros mismos sin interponer esa supuesta lupa ajena. 
Me parece interesante ese concepto en los tiempos que corren, donde hay tanto esfuerzo de tantas personas por mostrarse a sí mismos de determinada manera, por construir una imagen de sí que representan en redes sociales e incluso en la vida de carne y hueso. Tanto esfuerzo hacemos a veces por sentir la aprobación, la admiración, la aceptación de otros, que nos olvidamos de aceptarnos a nosotros mismos y así terminamos siendo seres que no nos gustan y al final sentimos que no tenemos el control sobre quiénes somos.
¿Cómo llegué a sentirme satisfecha conmigo? No sé, quizás haya sido el trabajo de la terapia, tal vez haya sido que dejé de mentirme a mí misma, que indagué hasta encontrar quién quería ser y finalmente me di cuenta de que ya era esa persona y la estaba enmascarando para encontrar aprobación en otro lado.
Así, aceptándonos realmente, siendo en esencia la persona que uno mismo quiere ser, así es como se puede afrontar el rechazo, la burla, la agresión del otro, sin que realmente nos afecte como algo personal, sin que la visión que otros tienen de nosotros ponga en duda cómo nosotros nos sentimos con respecto a nosotros mismos. ¿Se entendió?

Siguen las dudas. Basta ya de dudas. Qué es la realidad. Don Quijote y sus desvaríos. La palabra Kirchnerismo como síntesis de una idea. Sócrates, porque sí.

La vez pasada hablaba de dudas y lo cierto es que la única certeza que tengo es la incertidumbre. Sí, ya usé esa frase con anterioridad, pero parece acrecentarse con los años en lugar de disminuir.
Hace un rato terminé de leer la primera parte de Don Quijote de la Mancha y aunque sabía de qué se trataba nunca le había prestado mayor atención. Soy de esas personas que disfrutan de las casualidades (o peor, de las que creen que las casualidades no existen, sobre todo las literarias) y creo que no es casual que en medio de mi período reflexivo y dubitativo aparezca una figura tan simbólica -si se quiere- como resulta la de Don Quijote, tan inmerso en su ficticia realidad que le resulta inverosímil la realidad “real”.
Me pregunté varias veces a lo largo del libro cuántos de nosotros no pareceremos Don Quijote alguna vez en algún debate en el que se nos asegura que las cosas son así pero estamos tan convencidos de que son asá que nos negamos a ver pruebas evidentes de la realidad. 
“La única verdad es la realidad” le gustaba decir a Juan Domingo, pero ¿qué es la realidad? o mejor dicho ¿quién es capaz, en su limitación humana, de conocer la realidad?
La realidad, a mi parecer, es que antes el sueldo me alcanzaba para más cosas, entonces ¿por qué hay gente convencida de que las medidas del nuevo gobierno son mejores? 
¿Son ellos los Quijotes convencidos de que la bacía de barbero es un yelmo de oro, o soy yo la equivocada que vivió doce años en un mundo de fantasías, con caballeros andantes, castillos encantados y damiselas en apuros?
¿De qué realidad absoluta puedo asirme para no ahogarme entre tantas relatividades? ¿Cómo puedo dejar de dudar de mí misma, de mis percepciones, de mi interpretación del mundo? 
Hace un par de días me declaré kirchnerista. No sé en verdad si soy kirchnerista o trotskista, o si soy algo. Me declaré kirchnerista para no discutir, para no tener que justificar o argumentar, para en una palabra resumir más o menos mi punto de vista con respecto a las medidas del nuevo presidente sin tener que explayarme. Pero la verdad es que no sé.
Como dijo uno una vez, sólo sé que no se nada, y a veces, ni siquiera sé eso.


jueves, 24 de marzo de 2016

De dudas e ideales. Algo de héroes griegos y Jesús. Algo de héroes no griegos. El relato K. La corrupción y el endeudamiento. La grieta interior.

Hoy estoy dudando de mis percepciones. Siempre dudo de mis percepciones, pero hoy estoy dudando de todo.

¿Será cierto que es bueno tener ideología? ¿Será cierto que vale la pena morir por una idea? ¿Y si no es así? 
Capaz es mejor no tener ideales. Después de todo, “ideal” es algo imposible de conseguir. Quizás tengan razón todo ellos que con orgullo se describen como apolíticos, o que usan con ligereza el término “neutral” —como si se pudiera ser neutral en la vida.
Le parecerá al lector que lo estoy diciéndolo desde la soberbia de quien cree tener la razón, pero mi duda es genuina, me pregunto si realmente vale la pena estar tan convencido de una idea al punto de ser capaz de dar la vida por ella. 

Los griegos tienen ese concepto del héroe que prefiere morir en batalla y ser recordado antes que vivir una vida larga y placentera pero no heroica. En el Ayax de Sófocles se dice que “es necesario que un hombre noble viva honrosamente o bien que muera honrosamente”.
En algún momento Aquiles se pregunta si prefiere vivir poco pero morir como un héroe o vivir una larga vida anónima. Y creo que la historia de Jesús también replica ese dilema, él murió en la cruz por nosotros, murió joven pero heroicamente, así dio sentido a su vida, hizo que su lucha valiera la pena, que sus ideales lo sobrevivieran, y el día de hoy lo seguimos nombrando y muchos incluso lo veneran. Así también podría seguir, San Martín hablaba de morir por la patria, Zapata aseguró que prefería morir de pie y no vivir de rodillas, después el Che Guevara y ni hablar de los 30.000 desaparecidos. Estos héroes de la modernidad nos hacen seguir pensando en esa idea de que los ideales son algo por lo que realmente vale la pena dar la vida. Hoy yo no sé si es tan así.

Con la visita de Obama y tanta gente tan contenta con nuestro nuevo Presidente (lo digo por Macri, no por Obama) me pregunto si no estaré yo equivocada. Capaz tienen razón que la “korrupción” del gobierno anterior invalidó todos los logros, o que ni siquiera hubo logros, que eran todo una farsa y es necesario “sincerar” nuestra miseria. Quizás sea cierto que robaron cientos de miles de millones de dólares y nosotros ni nos dimos cuenta. Tal vez sean ellos los malos de la película y yo estuve viendo una película equivocada. ¿Y si me comí el versito de los K y les creo a los mentirosos? ¿Y si los buenos son los del Pro y Argentina realmente está yendo por el buen camino a la recuperación económica con el pago a los buitres y el ajuste?

Me cuesta creerlo, sinceramente de corazón me cuesta creer los argumentos del nuevo gobierno, porque los leo y los escucho y no me terminan de cerrar, en cambio los argumentos de la oposición kirchnerista sí me cierran, pero ¿y si es cierto que vamos a estar mejor con Macri? ¿Y si no se trata de argumentaciones? ¿De qué se trata entonces?

Y ahora dudo de mí, de mis convicciones, de mis ideas, de las conclusiones a las que había llegado. Y no sólo eso sino —lo que me parece aún más grave— dudo de la importancia de los ideales
Y mi “corazón” (o como sea que se llame la parte del cerebro que controla los sentimientos y la irracionalidad) me dice que sí, que los ideales son importantes y que no podés dejarte vencer por la comodidad de la ignorancia burguesa, pero mi “cerebro” (o sea la parte del cerebro que controla el pensamiento lógico y racional) me dice que tenga cuidado, que me puedo estar equivocando.

Y así estoy yo, metida en mi propia grieta (léase sin connotaciones sexuales, por favor).

jueves, 3 de marzo de 2016

El abuso del verbo amar. La repugnancia del amor romántico. Una redefinición de amor. La maldita obligación del “te amo” en la pareja. La supremacía indiscutida del “te quiero”.

Hace rato vengo rumiando esta idea del amor y su definición. Últimamente se puso de moda el verbo amar y la gente lo usa como al inglés “love”. Amo esta serie, amo a mis amiguis, amo cómo me queda este lápiz de labios. Yo no pienso hablar de eso, que cada uno ame lo que quiera y que cada uno le de el valor que quiera a las palabras. Yo hace rato vengo pensando en el verbo amar desde otro punto de vista. 

Esa noción del amor romántico (romántico en el sentido más amplio de la palabra), posesivo, obsesivo, enfermo, el amor de “no puedo vivir sin vos”, la noción del amor en el sentido de dependencia, eso me estoy cuestionando desde hace un tiempo.
¿Y si el amor no es eso? ¿Si el amor no es esa sensación de ahogo que surge a partir de la falta del otro? ¿Si el amor no pasa por ahí, si no pasa por necesitar que el otro nos valide y nos acompañe para sentirnos completos? ¿Si no se trata de eso?
Estoy empezando a creer que el amor es la libertad, y no las cadenas. Que se trata de querer lo mejor para el otro de la manera más abnegada. Que no existe el no puedo vivir sin vos, que no es amor la dependencia. El amor en su forma más genuina es dar desinteresadamente, es obtener la felicidad a partir de la sonrisa del otro. Amar, amar en su forma más pura es soltar, es dejar ser.
A mí no me gusta la expresión “te amo”. La usé una sola vez, y la sentí forzada. Creía que tenía que ver con algún impedimento personal de admitir el sentimiento. Pero no pasa por ahí. 
No me gusta “te amo” porque no me gusta el valor que se le da al amar desde el romanticismo. No me gusta la noción del amor simbiótico, del amor como religión, como medio de vida. No me gusta la noción del sujeto amado idealizado, no me gusta el corazón como símbolo del amor, no me gustan las flores con tarjetas perfumadas, ni los peluches con corazones bordados, ni las cenas a la luz de las velas y los bailes lentos acaramelados. Detesto la idea de que el amor todo lo puede, de que el amor es más fuerte que uno y que todo vale la pena si es por amor. 

A mí me gusta “te quiero”, y más aún “te quiero tanto”, no “te quiero mucho”, sino “te quiero tanto”. Te quiero tanto como puedo, te quiero tanto que quiero lo mejor para vos, te quiero tanto que no quiero lastimarte, te quiero tanto que “te amo” no me sirve.