miércoles, 22 de octubre de 2014

Matemática. La paradoja del relativismo absoluto. Miedo. Progresismo o necedad. Tener razón.

6 - 1 x 0 + 2 / 2 =

  Una imagen con esa operación matemática circulaba por facebook la semana pasada, con un sorprendente debate sobre el resultado: algunos argumentaban (correctamente) que el resultado es 7, mientras que la gran mayoría discutía que era 1 y a unos pocos les daba 5.
  Lo insólito de esto no es que haya adultos capaces de debatir en las redes sociales pero incapaces de resolver una ecuación matemática de nivel de escuela primaria, sino que se relativice la ciencia más exacta que existe. 
  He visto comentarios del tipo de "El resultado depende, si lo hacés todo corrido te da 1, si lo hacés dividiendo en términos, te da 7", sin reparar en el pequeño pero no insignificante detalle de que si lo hacés todo corrido lo estás haciendo mal.

  Este absurdo me lleva a una reflexión que me aterra.

  Hay una creciente tendencia a la relativización de todo. Es cierto que es bueno mantener la mente abierta e intentar ser comprensivo, tolerante, respetuoso. También es cierto que hay cosas -y no necesariamente tan exactas como la matemática- que simplemente no se pueden relativizar.
  El asunto es que mientras que relativizar una cuenta matemática es irrisorio, hasta simpático, hacerlo con cuestiones de derechos humanos es peligroso.

  Pero más allá de esta nueva tendencia a la relativización absoluta, al margen de esta especie de progresismo excesivo que pretende ser tan abierto que se termina encerrando en su propia ignorancia, me preocupa como fenómeno social la necesidad de opinar sobre lo que no sabemos y de no leer/escuchar los comentarios del otro. 
  A veces los debates parecen acumulaciones de monólogos superpuestos, donde el interés no está puesto en recibir y aceptar lo que el otro tiene para decir y en todo caso discutirlo, sino simplemente en verbalizar lo que opinamos sin siquiera reparar en que haya o no un destinatario. Es posible que muchos de los individuos a quienes les dio 1 o 5 hayan estado convencidos de que ese era el resultado de la cuenta, pero había docenas de comentarios con la expliación científica de por qué el resultado era 7 y no vi a nadie asumir que se había equivocado y aceptar que, en este caso, hay una sola forma correcta de resolver la ecuación.

  Parece que, para una alarmante mayoría, persuadir al otro es más importante que instruirse, aprender, crecer o incluso que es más importante convencer a otros de que tenemos razón que, en efecto, tenerla.

sábado, 11 de octubre de 2014

Nada en exceso. El Coronel Mansilla y los extremos. Woody Allen. Clasismo/snobismo. Máximas griegas. Imposibilidad de concluir el argumento.

  A propósito de la frase de mi entrada anterior, μηδὲν ἄγαν (nada en exceso) el otro día recordé algunas palabras del Coronel Mansilla que leí no hace mucho en en Una excursión a los indios ranqueles

"Digan lo que quieran, si la felicidad existe, si la podemos concretar y definir, ella está en los extremos. Yo comprendo las satisfacciones del rico y las del pobre; las satisfacciones del amor y del odio; las satisfacciones de la oscuridad y las de la gloria. Pero ¿quién comprende las satisfacciones de los términos medios; las satisfacciones de la indiferencia; las satisfacciones de ser cualquier cosa?

Yo comprendo que haya quien diga: —Me gustaría ser Leonardo Pereira, potentado del dinero.

Pero que haya quien diga: —Me gustaría ser el almacenero de enfrente, don Juan o don Pedro, un nombre de pila cualquiera, sin apellido notorio –eso no.

Y comprendo que haya quien diga: —Yo quisiera ser limpiabotas o vendedor de billetes de lotería.
Yo comprendo el amor de Julieta y Romeo, como comprendo el odio de Silva por Hernani, y comprendo también la grandeza del perdón.
Pero no comprendo esos sentimientos que no responden a nada enérgico, ni fuerte, a nada terrible o tierno."

  Desde algún lugar puedo comprender las dos posturas, por un lado, los excesos son malos, por otro lado, es cierto también que los términos medios no son el camino más seguro hacia la felicidad —aunque sigue abierta la pregunta ¿qué es exactamente la felicidad?, cuya respuesta ayudaría también a definir mejor este tema de los excesos.
  Igualmente, creo que entre la máxima griega y el literato militar, me quedo con la primera. No sé si la felicidad se encuentra en la escala de grises, pero sin dudas es más fácil la vida cuando uno se predispone a comprenderla no en términos de opuestos sino en gamas de posibilidades que se entremezclan y que incluso pueden ir mutando con el tiempo.

  Recién ayer vi la película Blue Jasmine. Interesante momento para mirar una película en la que se manifiesta el contraste cultural de las clases sociales, a penas días después de haber experimentado algo que no me había sucedido nunca antes:
  En sólo un par de horas, pasé de estar en un salón de arquitectura neoclásica, rodeada de gente de la alta sociedad —de esa que parece tener un impedimento del habla mediante el cual todas las vocales resultan nasalizadas— con sus stilettos y sus vestidos de raso, a encontrarme varada en un vagón de tren en el conurbano con multitudes de individuos sudorosos y cansados volviendo a sus casas después de una larga jornada.
  Cabe destacar que, por razones diferentes, no me sentí cómoda en ninguno de los dos lugares. En el primero me sentí mejor que ellos, y esa sensación de snobismo revertido me hizo mal. Me sentí moralmente superior, nunca me gusta sentirme superior. 
  En el segundo lugar me sentí insegura, indefensa y sin dudas peor persona que todos aquellos que viajan así porque no pueden viajar mejor, porque yo tranquilamente hubiera podido (y de hecho quería) volverme durmiendo plácidamente en un asiento de pana en un micro con aire acondicionado.

  Hay otra máxima griega que dice γνῶθι σεαυτόν (conócete a ti mismo). Creo que esa es la clave del éxito, aunque yo le agregaría "sé fiel a vos mismo". Conocerse a uno mismo es saber a qué ámbito pertenece, en qué ambiente se siente cómodo, o más cómodo, o menos incómodo. Conocerse a sí mismo es también saber si para uno la felicidad pasa por los excesos o por los términos medios o si es irrelevante por dónde pase la felicidad.
  Hay quienes creen que para ser feliz es necesario salir de la zona de confort. También hay quienes confunden "zona de confort" con "conocerse a sí mismo". Uno generalmente sabe qué quiere, qué límites quiere cruzar, qué cosas le hacen bien y cuáles no. Salir de la zona de confort es fantástico, siempre que no implique no ser fiel a uno mismo, a sus convicciones, a sus necesidades, a sus sentimientos.

  Estoy divagando demasiado. La conclusión de este relato es que hoy no voy a llegar a una conclusión.

lunes, 6 de octubre de 2014

Todo puede suceder. Verosimilitud y la vida real. Realidad vs ficción. Carpe diem. Me aburro. Nada en exceso.

  El otro día vi un homenaje a China Zorrilla y pasaron un fragmento de una entrevista en la que ella decía esta frase 
 "Mirá, lo maravilloso de la vida -y te lo dice una señora de más de ochenta años- es que todo puede suceder".

  Me quedó resonando la frase en la mente. Todo puede suceder. Eso es lo maravilloso de la vida. 
  Hace un par de semanas comentamos con mi hermana sobre la verosimilitud de los eventos de la realidad: a veces la vida es más inverosímil que la ficción. A veces las casualidades de la vida parecen planificadas por un autor meticuloso, de esos que se toman su trabajo con seriedad, que hacen cuadros y trazan esquemas antes de ejecutar su obra.

  La muerte suele suscitar reflexiones en mí, pero en general son del tipo de "carpe diem: cualquier día puede ser el último", en este caso mi pensamiento fue exactamente hacia el lado opuesto: "¿qué pasa si no me muero mañana? ¿Qué pasa si vivo, como China, hasta los noventa y pico?"
  Si me muero a los 93 años, me quedan 62 más de vida. Me queda el doble de la vida que llevo vivida, y si no contamos los primeros diez años, que son más que nada juegos y crecimiento, me queda el triple de lo que llevo vivido conscientemente. Viéndolo así, y teniendo en cuenta la cantidad de cosas que hice en el tiempo que llevo vivido, parece bastante cierto que todo podría suceder.

  Quizás no mantenga el mismo ritmo que vengo llevando en los últimos diez años. Como dice Mansilla, hay que saber cuándo se puede ir al galope y cuándo es mejor andar al tranco. Pero aunque de a ratos aminore la marcha, mi vida siempre se desarrolló de modo acelerado. 
  A veces quisiera que la vida real fuera como una película, donde sólo te muestran los hechos relevantes y prácticamente no hay noticias de los días enteros en los que no pasa nada. A veces quisiera que mi vida tuviera un cartelito que dijera "siete meses después..." y así poder ir saltando de historia interesante a historia interesante sin atravesar los largos períodos vacíos, los tiempos de espera, de maceración o de preparación, reflexión y crecimiento.
  En mi vida, el aburrimiento es mucho, no porque no me pasen cosas, o porque no me pasen cosas interesantes, sino porque siempre quiero más: si todo puede suceder, yo quiero que todo suceda y, es más, quiero que suceda ya.

  No me puedo imaginar una vida tan larga. Mi mente no es capaz de concebir que puede quedarme por vivir el doble de lo que llevo vivido. Es tanta mi ansiedad, es tanta mi prisa por hacer cosas, por hacerlas ya, por vivir y aprovechar el día, que me resulta difícil no sólo hacer planes a largo plazo sino inclusive concebir la inmensidad de sucesos que me quedan por atravesar si es que tengo la suerte -o la desgracia- de vivir hasta pasados los noventa.

  En fin, parta de donde parta, siempre termino llegando a la misma conclusión, y es un lugar sumamente visitado y ya trillado: μηδὲν ἄγαν. Nada en exceso. Ni vivir la vida como si se fuera a terminar mañana, ni sentarse a esperar confiado de que vamos a vivir hasta la tercera edad. Ni vivir al galope sin disfrutar el paisaje, ni andar al tranco sin llegar a ningún lado. Y sí, confío en China, en esa inmensa cantidad de años imagino que todo -o prácticamente todo- puede suceder.

martes, 30 de septiembre de 2014

“Como te ven, te tratan. Y si te ven mal, te maltratan”

  Mi repudio a la frase que Mirtha Legrand repite al final de cada programa: “como te ven, te tratan. Y si te ven mal, te maltratan”.

  ¿Qué clase de gente te maltrata porque te ve mal? ¿Desde cuándo legitimamos la hijaputez de maltratar a alguien que ya está mal de antemano?
  En todo caso, la gente que te maltrata cuando te ve mal es la que está errada, es errado que esa gente siquiera tenga un lugar en tu vida.
  La frase me indigna en varios niveles: no sólo avala el maltrato hacia los que están mal, sino que también promueve la falsedad de demostrar estar bien cuando uno está mal. No se trata de cómo uno esté en su interior, de cómo se sienta con su vida, con las cosas que tiene, con las que le faltan, sino de cómo se perciba desde afuera el estado anímico o emocional, circunstancial o permanente de cada uno.
  
  Y así se va volviendo el mundo más basura de lo que ya es.

  ¡Basta de repetir como loros la frase de Mirtha! 

  Yo te la cambio: 
“Al que te ve mal y encima te maltrata mandalo a la recalcadísima concha de su madre”

  No, no rima, pero tiene más onda.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Dicotomías. La Argentina de antes vs la de hoy. Motochorro. Literatura. Prototipos. Extremos.

  Lo que otrora fue unitarios y federales, liberales y conservadores, radicales y peronistas, hoy es otra cosa. No se trata de K y anti-K, esa dicotomía quedó en el pasado, pertenece a dos o tres años atrás, data de asuntos como el conflicto del campo, la ley de medios o el cepo al dólar.
  Hoy el país se divide -porque es imposible que no lo haga- en otra especie de boca-river de la política, en este caso gira en torno a la inseguridad, y las partes que integran el debate podrían definirse como promotores de la mano dura vs apologistas del criminal
  
  El motochorro de youtube me hizo acordar al unitario de "El Matadero", de Echeverría. Blanco fácil de periodistas y mediáticos anti-crimen, víctima del sistema para los apologistas, es el payaso protagonista del circo de la República. Como el unitario, el motochorro es juzgado, ridiculizado, burlado hasta el hartazgo. Va de programa en programa y se somete a cuestionarios prejuiciosos, tendenciosos; las respuestas no importan, las preguntas que se le hacen son casi retóricas, él está ahí para propiciar las opiniones de quienes lo rodean. A nadie le interesa lo que tenga para decir, lo usan, lo necesitan para alcanzar sus fines: raiting, miedo, propaganda política, cada uno tendrá sus motivos, pero de algún modo resulta útil para todos. Es una buena distracción, también. Un buen prototipo.
   Miremos al motochorro y adjudiquémosle el valor que mejor nos venga: el pobre no tuvo educación, el pobre quería comprarle un regalo al hijo para su cumpleaños, él se hace cargo de lo que hizo, siempre respetando la vida, porque nunca mató. El malo sale a asustar a la gente con un arma, las armas las carga el diablo, podría haber muerto alguien, el malo elige robar antes que trabajar, porque robar es más fácil. El pobre no aprendió la conducta del trabajo, al pobre nadie le enseñó la ética del laburante. Al malo no le importa perjudicar al trabajador que se levanta temprano y se rompe el lomo para llevarles a sus hijos un chocolate de postre. El pobre ya no puede reinsertarse en la sociedad, está marginalizado. El malo no se arrepiente de lo que hizo, ni siquiera se da cuenta de por qué está mal robar. El pobre es víctima de las drogas. El malo es un drogadicto que prefiere tirarse a fumar paco antes que tener la vida sacrificada de la clase media.

 
  Yo no sé qué opino del motochorro. No importa tampoco lo que pueda opinar yo de un hombre que, con una moto que yo no podría pagar, sale con un arma cargada a robarle a un turista. No sé qué vida tuvo ese señor, cómo llegó a tomar la decisión de robar a mano armada en plena luz del día. No sé cómo funciona su mente, qué mecanismos de razonamiento utiliza. No sé si es víctima del sistema o un simple oportunista. 
  Sé quién soy yo. Sé que yo no robaría, sé que yo tampoco ridiculizaría en público a una persona para defender una postura, por más válida que fuera.   
  No sé quién tiene razón: ¿los salvajes unitarios que desprecian al gaucho y pretenden eliminar al indio de la faz de la Tierra, o los federales mazorqueros que degüellan a quienes piensan diferente? ¿Los promotores de la "mano dura" que, en pos de defender a una clase de individuos, pretenden justificar la muerte, el linchamiento, la marginación de otros; o los "progres" que con tal de defender los derechos humanos terminan avalando conductas ilegales, ilegítimas e inmorales?

 Nuestra Casa Rosada no es roja ni es blanca, sin embargo, nuestra sociedad parece incapaz de comprender los tonos del rosa. No podemos pensar en términos de soluciones, de relativos, no somos capaces de no tomar una postura radical.
  Tenemos la avenida más ancha del mundo, el río más ancho del mundo y, al parecer, la brecha política más ancha del mundo.
  ¿Será imposible conciliar opiniones en un país basado en polaridades?

domingo, 28 de septiembre de 2014

Qué es la felicidad. Expectativas. Falsas apariencias: vivir para afuera. La utilidad de las redes sociales.

  Desde muy temprana edad se nos condiciona para creer que la felicidad es un estado permanente que podemos alcanzar si hacemos lo correcto.
  Ya los cuentos infantiles narran historias de aventuras y desventuras, pruebas y desafíos, pero siempre con el final feliz que estamos esperando. Quizás con la intención de no angustiar al niño, de que duerma tranquilo, de que no se empiece a preocupar por las vicisitudes de la vida desde tan joven. Tal vez para fomentar el optimismo y generar la actitud positiva de que todo puede -y va a- salir bien.
  Lo que por ahí no tienen en cuenta los adultos es que eso, más que generar optimismo, genera falsas expectativas, y lo que es peor aún, la presión por ser -o, en su defecto, parecer- felices.

  Feliz cumpleaños. Feliz día de la primavera. Feliz año nuevo. Feliz onomástico. Feliz día del pintor. Felices pascuas. Felices vacaciones. ¡Felicidades!
Se nos ejerce tanta presión por ser felices que a veces no nos queda alternativa que aparentar estar felices, aunque más no sea para no desilusionar a las multitudes que tan efusivamente nos desean ese concepto abstracto e indefinible que es la felicidad.
  Siempre existió el “vivir para afuera”, el aparentar algo que no se es. Siempre hubo parejas que simularon amarse, familias que pretendieron ser perfectas, mujeres y hombres que fingieron sonrisas. Las redes sociales sólo proveen un nuevo escenario en el cual montar nuestro acto de cada día. Facilitan las cosas, no sólo porque es más fácil fingir en un foro virtual que cara a cara, sino también porque hacen posible llegar a más gente con menos esfuerzo. Tantas personas como queramos pueden ver nuestras fotos de vacaciones con sonrisas colgate y el mar de fondo. Nadie tiene que saber que estuvimos seis meses sin comer harinas para que la malla nos quede bien, que nos peleamos casi a diario con las personas que nos acompañaron, que comimos fideos todos los días y nos duchamos con agua fría para ahorrar en garrafa. Es fácil ocultar lo que se quiere y sólo mostrar lo que nos gusta, pero ¿para quién?
  Es un hecho comprobado que a más de la mitad de nuestros contactos de facebook les da igual si nos fuimos o no de vacaciones, si tenemos o no estrías en la panza (la estadística es mía y naturalmente no está corroborada con métodos científicos), o si comimos o no ese cheesecake que se ve tan apetitoso a través del filtro lo-fi.
  Lo cierto es que no es al otro al que queremos impresionar con nuestra vida perfecta de facebook, sino a nosotros mismos. Vivimos desde chiquitos con la ilusión de que a partir de un momento equis: cuando la bestia se convierte en príncipe, cuando despertamos de un sueño cuasi-eterno, o cuando al fin cambiamos escamas por piernas de mujer, la vida va a ser feliz de una vez por todas y para siempre
  Nos sentimos en la obligación de cumplir con ese mandato social de la felicidad y aún cuando no terminamos de entender exactamente qué significa el concepto, nos encontramos ante la presión de simularlo


  ¿Y si nos detenemos unos instantes a definir la felicidad? ¿Y si nos preguntamos qué es exactamente “ser feliz”? No. Mejor no hagamos eso. Nada bueno puede salir de esas indagaciones. Mejor sigamos sonriendo para la foto y mostrándole al mundo (a los contactos de facebook, por lo menos) cuánta más plata, delgadez, amistades, amor y tiempo libre tenemos que ellos.