El otro día vi un homenaje a China Zorrilla y pasaron un fragmento de una entrevista en la que ella decía esta frase
"Mirá, lo maravilloso de la vida -y te lo dice una señora de más de ochenta años- es que todo puede suceder".
Me quedó resonando la frase en la mente. Todo puede suceder. Eso es lo maravilloso de la vida.
Hace un par de semanas comentamos con mi hermana sobre la verosimilitud de los eventos de la realidad: a veces la vida es más inverosímil que la ficción. A veces las casualidades de la vida parecen planificadas por un autor meticuloso, de esos que se toman su trabajo con seriedad, que hacen cuadros y trazan esquemas antes de ejecutar su obra.
La muerte suele suscitar reflexiones en mí, pero en general son del tipo de "carpe diem: cualquier día puede ser el último", en este caso mi pensamiento fue exactamente hacia el lado opuesto: "¿qué pasa si no me muero mañana? ¿Qué pasa si vivo, como China, hasta los noventa y pico?"
Si me muero a los 93 años, me quedan 62 más de vida. Me queda el doble de la vida que llevo vivida, y si no contamos los primeros diez años, que son más que nada juegos y crecimiento, me queda el triple de lo que llevo vivido conscientemente. Viéndolo así, y teniendo en cuenta la cantidad de cosas que hice en el tiempo que llevo vivido, parece bastante cierto que todo podría suceder.
Quizás no mantenga el mismo ritmo que vengo llevando en los últimos diez años. Como dice Mansilla, hay que saber cuándo se puede ir al galope y cuándo es mejor andar al tranco. Pero aunque de a ratos aminore la marcha, mi vida siempre se desarrolló de modo acelerado.
A veces quisiera que la vida real fuera como una película, donde sólo te muestran los hechos relevantes y prácticamente no hay noticias de los días enteros en los que no pasa nada. A veces quisiera que mi vida tuviera un cartelito que dijera "siete meses después..." y así poder ir saltando de historia interesante a historia interesante sin atravesar los largos períodos vacíos, los tiempos de espera, de maceración o de preparación, reflexión y crecimiento.
En mi vida, el aburrimiento es mucho, no porque no me pasen cosas, o porque no me pasen cosas interesantes, sino porque siempre quiero más: si todo puede suceder, yo quiero que todo suceda y, es más, quiero que suceda ya.
No me puedo imaginar una vida tan larga. Mi mente no es capaz de concebir que puede quedarme por vivir el doble de lo que llevo vivido. Es tanta mi ansiedad, es tanta mi prisa por hacer cosas, por hacerlas ya, por vivir y aprovechar el día, que me resulta difícil no sólo hacer planes a largo plazo sino inclusive concebir la inmensidad de sucesos que me quedan por atravesar si es que tengo la suerte -o la desgracia- de vivir hasta pasados los noventa.
En fin, parta de donde parta, siempre termino llegando a la misma conclusión, y es un lugar sumamente visitado y ya trillado: μηδὲν ἄγαν. Nada en exceso. Ni vivir la vida como si se fuera a terminar mañana, ni sentarse a esperar confiado de que vamos a vivir hasta la tercera edad. Ni vivir al galope sin disfrutar el paisaje, ni andar al tranco sin llegar a ningún lado. Y sí, confío en China, en esa inmensa cantidad de años imagino que todo -o prácticamente todo- puede suceder.
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