domingo, 20 de abril de 2025

De distopías y realidades. De las viejas prácticas de segregación que volvieron a ponerse de moda. De denuncias y atrocidades que ya nos vemos venir...

 

        Es una coincidencia que recién ahora me haya predispuesto en serio a mirar una serie de 2017, que empecé varias veces pero nunca me había seducido lo suficiente.


No sé si las metáforas obscenas sobre menores son el inicio de todo pero sin dudas son la punta de un ovillo, de este ovillo que se está enredando demasiado en nuestra actualidad. 

Como cuando nos dicen “no pienses en un elefante” y un elefante pasa de pronto a ser lo único que ocupa nuestra mente. Es sencillo instalar ideas, pensamientos, conceptos, en las masas: sólo basta con repetirlos insistentemente, de manera directa o solapada. Y así, como por arte de magia, como de la galera del mago sale un conejo que no nos veíamos venir, esas ideas aparecen, se instalan en el inconciente colectivo y pasan a ser naturalizadas por todos como parte de nuestra nueva realidad.


Por supuesto que ir a un foro económico internacional a implicar barbaridades de una minoría que siempre fue estigmatizada y cuestionada por prejuicios vinculados precisamente a esas atrocidades no fue gratuito, no fue un error, no fue tampoco un exabrupto. Fue plantar la granada que más tarde o más temprano explotaría en manos de algún mártir dispuesto a dar la vida por la causa.


Cuesta mucho creer que esas figuras retóricas y que esa brutal generalización fueron sólo hechos aislados cuando, unos meses después, aparecen acusaciones en el mismo tenor dirigidas a grupos de personas que tienen una sola cosa en común, y que todos sabemos exactamente cuál es.


No es difícil ver hacia dónde nos estamos dirigiendo (sólo basta con mirar la primera temporada de una distopía futurista muy similar a la vida misma). Al menos a mí no me cuesta mucho interpretar que el resurgimiento del conservadurismo (que abarca mucho más que la Argentina) nos va a llevar a lugares verdaderamente siniestros. 

Lo triste es que el fenómeno no se da únicamente en las filas de la extrema derecha (donde no sorprende a nadie) sino también en los espacios ideológicos que no tan atrás en el tiempo fueron ocupados por quienes aspiraban a una ampliación de derechos e inclusión social. 


Ahora ser progre es mala palabra y no me ofende en tanto que progre porque sé muy bien dónde estoy parada y en qué cosas creo, y la verdad es que nunca me dejé persuadir por las modas. Lo que me perturba es comprender con claridad que muchas de las personas que reivindican con orgullo el viejo lema Dios, Patria y Familia, terminan -por necedad o puritanismo- avalando prácticas que en su foro más íntimo condenarían. Me horroriza ver que quienes no quieren llegar hacia donde indefectiblemente nos estamos dirigiendo, sean funcionales a la maldad al escandalizarse por un pronombre con x.


En otro orden de cosas -y no tanto- ayer mi hermana me escribió desolada tras ver la película Argentina 1985 y, en referencia a los delitos que dan lugar a ese film, me dijo que no podía creer que nuestro país hubiera sido la sede de cosas tan aberrantes. Mi respuesta fue sencilla: nacimos en el país donde se cometieron los delitos más oscuros pero también nacimos en el país que juzgó a los responsables.


Hay esperanza y siempre está en el pueblo. Pero es imprescindible no caer en la trampa de que creer en Dios, defender a la Patria y formar una Familia te acercan a aquellos que, en nombre de los valores tradicionales, justifican la cacería de brujas, la estigmatización de minorías y el silenciamiento de voces disidentes. No, peronistas anti-progre, ¡no es por ahí!



No hay comentarios.:

Publicar un comentario