Estos últimos cuatro meses estuve pensando mucho en cómo transitar los tiempos que corren (y los que se avecinan). En una primera instancia me propuse hacer silencio y evadirme en una especie de burbuja de ficción y humor que me proteja de la realidad. Y en cierto grado está bien, y lo seguiré haciendo porque aprendí que no vale la pena tomarse la vida tan en serio, pero me niego a permitir que esa distracción me aleje de mí misma, que me aliene, porque una vez que uno sale de la caverna no hay vuelta atrás.
Hay una inevitable realidad y es que a nadie le interesa lo que yo tenga para decir, y yo tampoco pretendo convencer a nadie de nada (por algo nunca ejercí la militancia), pero me cuesta mucho más mirar para el costado y hacerme la boluda que seguir intentando dar sentido a todo esto que está pasando (aunque no lo tenga), no digo cambiarlo porque no me creo tan importante.
El otro día en mis historias de instagram preguntaba cómo se resiste. Resistir en el sentido de soportar y también en el de no permitir que se crucen ciertos límites. Para mí la resistencia está en no dejar que me roben la alegría (no les pienso dar el gusto de amargarme la vida) pero también está en no dejar que nos vuelvan insensibles, porque el día que ya no me importe el sufrimiento ajeno, el día que mis preocupaciones se vuelvan estrictamente individuales (o vinculadas sólo con mis seres queridos), ese día me van a haber derrotado. Y no, no se las voy a hacer tan fácil.
Mi lugar de enunciación es desde el kirchnerismo de izquierda (o a la izquierda del kirchnerismo, llámenlo como sea), no desde el peronismo en su sentido más ortodoxo.
Crecí con el menemismo y para mí el peronismo era ese neoliberalismo noventoso en su máxima expresión, por eso me cuesta identificarme con un espacio que también habitaron quienes regalaron las empresas del Estado y se arrodillaron ante las imposiciones del capitalismo imperialista.
Lo que me molestaba de Argentina por aquellos tiempos era que las y los argentinos odiaran a la Argentina, que creyeran que todo lo importado era mejor, que le reprocharan absolutamente todo al gobierno y a una suerte de naturaleza sudamericana que nos convertía esencialmente en inferiores, que no pudieran encontrar acá las grandes maravillas que nos hacen hermosamente únicos (y no me refiero a los cuatro climas, a los paisajes paradisíacos o a las riquezas naturales, sino al grandioso pueblo que somos).
Aprendí viviendo en el exterior que las oportunidades acá son realmente infinitas y que el colectivismo que nos caracteriza hace que, aún cuando no conozcas a nadie, en este país nunca, jamás vas a estar solo.
Me fui de una Argentina en la que nadie creía y a la que pocos querían y volví a un país pujante, con esperanza, con un pueblo que había vuelto a creer en las instituciones y con un gobierno cuyo proyecto no era sólo el de reactivación económica sino que también incluía una pata cultural que se proponía devolvernos la autoestima. Y lo lograron. Brevemente, pero lo lograron: el orgullo argentino emergió más allá de los mundiales de fútbol masculino, la bandera se empezó a flamear en fechas patrias, los próceres volvieron a cobrar protagonismo como héroes nacionales, los veteranos de Malvinas fueron finalmente reconocidos como merecían y comprar productos de industria nacional pasó de ser mersa a ser un acto de patriotismo.
Esa es la Argentina de la que me enamoré. Un país al que su gente le reconoce su grandeza. Un país en el que da gusto vivir porque se ama a sí mismo.
Soy progre-K (y no peronista) porque creo en la separación de la iglesia y el Estado como principio fundamental de la libertad de los pueblos. Creo en la emancipación del pensamiento y en la construcción de una Patria Grande libre y soberana. Y a mí nadie me va a robar el término libertad. Libertad es autodeterminación, es autonomía nacional y es soberanía (no es la paparruchada esa del libremercado y la explotación irrestricta del hombre por el hombre), pero no soy (tan) de izquierda porque fundamentealmente creo en el estado-nación democrático como modo de organización civil.
Desde acá hablo y al que no le gusta puede dejar de seguirme, o dejar de leerme, o dejar de vincularse conmigo, pero el silencio no es mi idioma.
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