Recientemente estuve viendo la miniserie de AppleTV, Five Days at Memorial, sobre los eventos ocurridos los cinco días posteriores al huracán Katrina, en New Orleans, Louisiana.
La serie transcurre en un hospital del centro de la ciudad, en el que quedan varados una gran cantidad de pacientes, empleados y refugiados luego de ser azotados por la inundación posterior al huracán. La llegada del agua a los generadores, situados en el subsuelo, genera un corte de luz que dificulta las tareas de evacuación, sobre todo de los pacientes más críticos. Esto lleva a un grupo de médicos y enfermeras a tener que tomar la difícil decisión de elegir a quiénes evacuar primero y de “poner cómodos” a un grupo de pacientes que finalmente no pudieron ser evacuados (resultando en la muerte -tal vez innecesaria- de 45 personas).
Al momento del huracán Katrina yo me encontraba viviendo en Estados Unidos.
Estimo que la población en Argentina no ha estado muy al tanto de los sucesos, de las internas, de los pormenores que hicieron que la tragedia no fuera un desastre natural más del montón, sino que se convirtió en ícono del racismo, de la corrupción y de la desidia de un gobierno que jamás se interesó en el pueblo.
Corría el fin de agosto de 2005, yo estaba de viaje en Europa y mi vuelo de regreso se retrasó más de doce horas por el huracán. Vimos en la tele del aeropuerto que lo que estaba ocurriendo era una verdadera catástrofe, pero lo peor estaba aún por llegar.
El huracán Katrina se caracterizó por dos particularidades: 1) que azotó una de las zonas más pobres del país, con un altísimo porcentaje de población afroamericana (algo que para nosotros parecería irrelevante pero allá no lo es), y 2) que el gobierno de Bush había utilizado parte de los recursos del FEMA (un fondo de emergencia para desastres naturales) en financiar la guerra contra Afganistán. Esto fue un escándalo de corrupción y malversación de fondos que quedó en la nada, pero perjudicó enormemente las tareas de evacuación de los damnificados y, por supuesto, como siempre, los más perjudicados fueron los más pobres.
En la serie se puede ver no sólo que se escatima en recursos (en particular de corporaciones privadas, porque recordemos que al momento de Katrina no había salud pública en EEUU, más que alguna salita en barrios periféricos, y que los grandes hospitales eran todos necesariamente privados), sino también que el clima general en la población se tornó violento.
Hay una escena puntual en la que la protagonista (la polémica médica que termina inyectando un cocktail letal a varios enfermos que no podían ser evacuados), dice la frase “Esto es algo que pasa en un país del tercer mundo, no acá”.
Esa frase me quedó resonando, en particular porque me tocó vivir de cerca una tragedia similar cuando se inundó la ciudad en la que vivo, el 2 de abril de 2013.
Es cierto que la corrupción, la malversación de fondos, el desmanejo general de situaciones límite son moneda corriente en los países del mal llamado “tercer mundo”. Pero hay algo que nosotros tenemos -y ellos no- que hace que los desmanejos gubernamentales de las catástrofes naturales queden en un segundo plano: la solidaridad del pueblo.
En la serie, llegado el tercer o cuarto día después del huracán, empieza a haber sucesos muy violentos en las calles: la gente empieza a salir armada, a la población afrodescendiente se le niega asilo en los centros de refugiados (esto ocurrió realmente y recuerdo muy vívidamente mi indignación viéndolo en televisión), incluso en ocasiones se les ha disparado con armas de fuego (aún teniendo niños o ancianos entre ellos) para que no se acerquen a los refugios. Comienza a haber saqueos a tiendas que quedan en las zonas afectadas por la inundación. En resumen: la población se vuelve hostil entre sí.
El “sálvese quien pueda” le gana al “de esta salimos juntos”.
Entonces puede ser que, como dice la doctora en la serie “esto es algo que pasa en un país del tercer mundo”, pero si hay algo que tiene el tercer mundo es que cuando la tragedia azota, las diferencias en la población merman -no se acrecientan como allá.
La gente deja de ver el color de piel del que tiene al lado. La gente deja de pensar en guardarse para después el último paquete de galletitas que le queda en la mochila, y lo comparte. Se comparte el agua, se comparte la ropa seca, los pañales, se comparte la comida.
Porque acá todos sabemos que la salida es colectiva o no es.
En conclusión, los mismos sucesos que en la New Orleans del “primer mundo” desataron lo peor de la gente, en La Plata -de la tercermundista Argentina- sacaron lo mejor del pueblo.
Y por esas cosas elijo este país para vivir y para morir. Porque sé que mientras viva acá, nunca voy a estar sola contra el mundo: siempre va a haber alguien dispuesto a tenderme una mano en tiempos de necesidad.

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