domingo, 19 de marzo de 2017

Marzo. La muerte. La energía se transforma. Marzo. Mi mamá. El Indio Solari. Marzo. La lucha. La proyección del otro en uno. Marzo. Lo incontrolable. La muerte.

Yo no sé mucho de ciencia, pero sé que dicen que la energía no empieza ni termina, sólo se transforma. 

Y creo que con la gente pasa lo mismo. Cuando alguien se muere, se transforma. Inevitablemente se transforma porque sólo queda de esa persona el recuerdo, la impresión que causó en otras, entonces es imposible que siga existiendo como ser por sí mismo, sólo existe en los demás.

Es marzo y pienso en mi mamá. Es inevitable.

Mi mamá es una para mí y otra para mis hermanas. Es la madre de las tres, pero cada una se queda con algo diferente de ella. Yo, por ejemplo, la recuerdo como luchadora. No es que no me acuerde de cómo me arropaba a la noche, de los cuentos que me leía, del amor maternal que nunca me faltó. Es sólo que lo que me marcó de su presencia en mi vida es su rol como ciudadana y militante más que su rol como madre, y eso tiene que ver con los momentos que viví con ella en mis años de crecimiento.

Yo era chica cuando mi mamá empezó con la militancia política. Me llevaba a las reuniones, a las panfleteadas, a las jornadas y a las marchas y así me enseñaba sobre el poder de la lucha. 
[Quizás por eso me emocione tanto hoy ver al pueblo unido, porque ver una plaza llena de trabajadores luchando por sus derechos es un poco tener a mi mamá presente, es un poco volver a mi infancia menemista y darle la mano fuerte porque me asustaban las bombas de estruendo.]
Mi mamá me llevaba a peñas donde se comía locro y empanadas, donde se bailaba folklore y se guitarreaban canciones de izquierda (y a mí no me gustaba nada de eso). 
Mi mamá era una verdadera patriota de la Patria Grande. Era la fanática de Artigas y San Martín que desde mis ocho-nueve años me hacía escuchar un cassette con el último discurso de Allende antes de que lo destituyera el golpe militar de Pinochet. Era la que me repetía una y mil veces que ella me había querido poner Malvina Soledad por las islas, y que yo era la reencarnación de un soldado caído en la guerra de Malvinas, porque fui concebida cuando se declaró la paz (sus creencias eran eclécticas, como ella).

Pero mis hermanas no la recuerdan así, para mis hermanas mi mamá era otra, no sé bien quién, eso lo sabrán ellas. Qué recuerdos atesoran con ella, qué momentos se destacan entre todos los compartidos… 
El asunto es que mi mamá, como la energía, se transformó. Dejó de ser ella, dejó de ser quien ella quería ser (o quien ella podía ser) para pasar a ser lo que cada uno de nosotros veía en ella. Y así pasa con todos.

Anoche escuchaba al Indio Solari hablar de la inmortalidad y me resultó inevitable pensar en que uno puede controlar quien uno es (hasta cierto punto), pero no puede controlar cómo a uno lo ven, y cuando uno se muere ya no puede desmentir a nadie y pasa de ser un ente a ser una percepción, una idea. ¿Quién será el Indio Solari cuando eventualmente se muera? 

Como siempre en este espacio termino divagando. No sé si quería escribir sobre mi mamá, sobre el Indio o sobre la muerte, pero me desperté pensando en cómo uno deja de ser quien es cuando se muere y pasa a ser quien los demás veían en uno mientras vivía. Y eso es lo único que me aterra de la muerte. No es la muerte en sí misma, no me preocupa morirme, pero la idea de quedar en los demás como una distorsión de mí misma, como un término medio entre lo que fui y lo que ellos esperaban que fuera, como una proyección de cada uno de los que me recuerden, eso no me gusta nada.

Ahora que lo pienso, tal vez sea por eso que escribo.


miércoles, 8 de marzo de 2017

Feliz día de la minita. Piropos. Ni una menos. La banalización de la lucha. La muerte de la lucha. Mi compromiso con el género. Chita la boca.

El otro día fui al supermercado y me dijeron un piropo. No fue nada ofensivo, no entendí bien qué me dijo pero no era una grosería. Cuando salí del super agarré por otro lado para no volver por la esquina donde estaba el que me gritó.  
Yo sé que el Presidente está convencido de que nos gusta que nos digan que tenemos buen culo, pero yo, con 33 años, hice una cuadra más para evitar cruzarme con el que me había piropeado.  Para que no piense que lo estaba provocando, para que no se sienta con derecho a volver a gritarme algo que yo no busqué ni disfruté.

Hoy me dijeron que no hable de igualdad cuando yo también elijo los jeans que me hacen buen culo para que me miren los tipos. No quiero ser hipócrita, si no me gusta cómo me queda un jean no me lo compro (que no quiere decir que me los compre para que me miren los tipos), pero eso no quita que yo pueda hablar de igualdad.

Yo no voy a la marcha del #NiUnaMenos. No la siento mi causa. No porque no esté de acuerdo con la consigna, estoy absolutamente de acuerdo con la consigna ni una menos, pero no es mi marcha.

No estoy de acuerdo con lo trivializada que está la lucha de género, con lo tergiversados que están los conceptos. No estoy de acuerdo con el circo mediático que se hace alrededor de las víctimas de violencia de género. Se empieza a hablar del tema en los programas de chimentos, se hace un operativo sobre una orden de restricción en el programa de Tinelli, se muestra a mujeres con moretones en tapas de revistas, se vuelve superfluo, insignificante, se vuelve un chiste, una burla, un chusmerío más.

Y yo creo que trivializar una lucha es una buena forma de desprestigiarla, de ningunearla, de matarla. Así como quisieron hacer con los docentes sugiriendo que cualquier hijo de vecino era capaz de reemplazarlos (y gratis) en las aulas. Así como quisieron hacer con la marcha de ayer, diciendo que se trataba de vagos que fueron por el chori y la birra.
Pero con el movimiento obrero no pueden, con los docentes no pueden, y ¿saben por qué no pueden? Porque los que luchan no se prestan. Porque los docentes y los obreros no se prestan al circo mediático, no compran la basura de los medios hegemónicos, en cambio, las mujeres sí. Las mujeres mismas se juzgan entre ellas (¿debería usar el nosotros en esa oración?), las mujeres dudan de sus congéneres, las mujeres son las que se prestan a banalizar un tema tan grave y tan profundamente arraigado en nuestra sociedad como la violencia de género, y son mujeres las que critican la lucha de género al grito de “¿para qué marchan? Si ya somos libres”.

No, no somos libres, pero no, no voy a ir a la marcha del #NiUnaMenos. Igualmente yo no voy a bajar los brazos, porque como mujer me comprometo a no juzgar a las otras por lo que tenían puesto cuando las violaron, me comprometo a creerles a mis congéneres cuando dicen que sus parejas les pegaron (no necesito ver moretones), y a no preguntar qué hicieron para que les peguen, me comprometo a no enojarme con la amante si mi pareja me engaña, me comprometo a no culpar a las mujeres de su situación de oprimidas.

Yo me comprometo a no callarme nunca, aunque se aburran de lo que tengo para decir, aunque les canse que cada 8 de marzo me indigne por los saludos en boca de misóginos y por la banalización del día, transformándolo en una ocasión para vender flores y bombones, aunque se pudran de que me descargue en un escrito, y aunque sigan acusándonos a las mujeres de hablar mucho/demasiado, yo no me voy a callar: nunca.