viernes, 18 de diciembre de 2015

Dos millones por mes. Sonrisas conmovedoras. Culpas burguesas. Los sintecho: los sinnombre. El sistema capitalista y la telaraña de la libertad.

Días antes de que el Presidente anunciara que los argentinos tenemos la libertad de comprar hasta 2.000.000 de dólares por mes (esos son seis ceros verdes), me había encontrado, en otro país, en la situación de darle comida a alguien que, por medio de un cartel escrito con fibra en un pedazo de cartón, pedía “lo que sea, todo sirve”.
La sonrisa del indigente me caló hondo. No me dio placer, me dio culpa. Me dio tristeza, me dio la sensación de que todo está mal en el mundo y nada de lo que haga va a ser jamás suficiente.

Salí del hotel con mi bolsita de sobras de la cena. Caminé media cuadra y lo vi, hecho un bollito en un rincón, con la mirada perdida, sentado a centímetros del cartel que aseguraba que todo podía servirle. Y en efecto, todo servía, porque cuando establecimos el primer contacto visual me devolvió la sonrisa. Porque necesitaba que lo miraran, que no lo ignoraran, que alguien supiera que él estaba ahí, y que necesitaba algo, aunque fuera no más que una mirada a los ojos y una sonrisa tierna. Me dio ternura porque lo vi tan indefenso y tan marginado, tan sensible y tan ignorado. 
Creo que la comida fue accesoria, creo que lo que hizo que sonriera no era la cena, sino el gesto.

Dos millones de dólares por mes podemos comprar los argentinos. Tenemos la libertad de comprar dólares sin que se nos investigue por ello. Y ellos en Estados Unidos se la pasan hablando de libertad. ¿Qué precio tiene la libertad? Se preguntan. Y lo pagan, porque no importa el precio, importa que esa palabra, sea lo que sea que significa, cueste lo que cueste conseguirla, esté firme como subtítulo de su país.

No sé cómo se llamaba el estadounidense indigente. No sé en realidad de qué nacionalidad era, sólo sé dónde estaba y qué le faltaba. No creo que mucha gente le pregunte cómo se llama, o qué necesita, o cómo está. No creo que mucha gente le desee que “tenga un buen día”, porque no compra nada, y ese deseo siempre viene después de un gasto, por mínimo que sea.

¿Qué es la libertad? ¿Es la posibilidad de cambiar dinero que no tenemos sin que nadie nos controle? ¿De qué sirven las libertades que no podemos usar? Mi amigo el indigente, ¿es libre? Vive en el país de la libertad, home of the brave, land of the free, pero, ¿es libre? 
Hay quienes dicen que el dinero no nos da libertades sino que nos las quita. Yo no estoy tan segura. Es sin dudas un arma de doble filo, y como dijo Antígona: “No ha habido entre los hombres invención más funesta que la del dinero”. Pero cuando no podés acceder a un plato de comida todos los días, cuando no tenés una cama donde dormir o un techo que te proteja de la lluvia, cuando tu medio para subsistir es un cartel escrito en la solapa de una caja de cartón y la buena voluntad de alguien que te perciba entre la multitud, creo -y esto es sólo un intento de conclusión- creo que no sos libre. 
El capitalismo se sirve del absurdo y vago concepto de libertad para tenernos presos de su sistema, que subsiste sólo poque muchos resignan -por fuerza o por voluntad- su verdadera libertad en pos de la sensación de que si tuvieran los medios para acceder a lo que quieren, nada se los impediría. Sin darse cuenta -o tal vez con absoluta conciencia- de que es el propio sistema el que les está impidiendo acceder a, pongamos por caso, esos benditos dos millones.

viernes, 4 de diciembre de 2015

De angustia electoral a tristeza agobia. Movimientos pendulares. Alguna referencia al grunge. Nada de máximas griegas ni citas elocuentes. Sigue la incertidumbre, que al fin y al cabo, es la única certeza.

No se me va la tristeza. No sé cómo hacer para que se me vaya la tristeza. Creí que era un conjunto de cosas que me estaban pasando pero todo lo demás en mi vida se resolvió y sólo queda Macri y la tristeza ahí, firme, opacándolo todo.
No es la intención de este blog hablar de sentimientos, pero -como me decía un amigo ayer- la política tiene mucho de sentimental, de pasional, y es difícil abordarla con la racionalidad científica que muchas veces se pretende aplicar.
A propósito de tristezas, una de las canciones tristes del momento es esa que dice que el péndulo va desde acá hasta allá. Bueno, no sé si del momento, no sé si el lector ajeno al grunge o más estrictamente a las letras del último disco de Pearl Jam puede captar la referencia. No importa, para el caso es lo mismo: el punto es que el tema habla de un péndulo que va de acá para allá y dice que su vida no podría haber llegado más abajo. Eso, nada más.

Por cuestiones de índole personal el día de las elecciones no le di mucha bolilla al triunfo de Macri, y recién hoy me cayeron las fichas de la tragedia que se nos vino encima. 
¿Me voy a poner a hablar de política? No quiero. ¿Tengo que hacer elaborados análisis sobre los riesgos del endeudamiento, sobre el peligro de la economía agropecuaria por sobre la industrialización? ¿Tengo que dar clases de historia -como si supiera- sobre los gobiernos que aplicaron medidas neoliberales, y hacer recordatorios de todo lo que salió mal a partir de ellas? No quiero. 
No quiero porque ya se hizo hasta el hartazgo, porque es eso mismo lo que me harta. Me hartan las mentiras, me hartan los análisis más-que-obvios, me harta la gente necia que por satisfacer su sed de indignación prefiere creer mentiras antes que sentarse a pensar.
Me cansa el pueblo argentino (salud). Me cansan los comerciantes inescrupulosos (y no hablo de verduleros y minoristas, hablo de los grandes comerciantes millonarios que se rien de la ingenuidad de un pueblo que por desquiciado se vuelve sonso).

Y, a todo esto, ¿a qué venía la referencia del péndulo? A que mi único consuelo es que la historia de este país ha sido pendular: con la derecha y el endeudamiento nos vamos para arriba (porque cuando te prestan plata de pronto sos un potentado), con la la insostenibilidad de la deuda, entramos en decadencia al no poder pagarla y nos vamos para abajo, de ahí tomamos envión hacia la izquierda (o algo parecido), donde las políticas sociales y desarrollistas generan crecimiento en la economía, pero eso también es insostenible, porque las grandes corporaciones trabajan con gran dedicación (desde los medios en la mente de la gente, y desde las empresas en los precios de los bienes) para no perder su espacio de poder, e insisten con el boycott (me encanta esa palabra y me gusta así, no la versión castellanizada) hasta agotar el modelo.

Y ahí nos encontramos, en la parte baja del péndulo, tomando envión hacia arriba, pero del lado derecho, ese que me da miedo; porque cada vez que nos damos la cabeza contra la pared de la derecha el golpe es más duro.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Democracia. Siguen las limitaciones del hombre. Citas por doquier. La incertidumbre. Máximas griegas y no griegas. Angustia electoral.

Dice Sófocles, en un fragmento de una obra que no se preservó completa:
“Lo que la gente cree prevalece sobre la verdad” 


    Macri, Scioli. Scioli, Macri. Balotaje. Elecciones. Presidente. País. Futuro. Ajuste. 

    Creo que a esta altura del año electoral lo único que tenemos en común la gran mayoría de los argentinos es que estamos todos hartos de esta campaña (sucia) y que no vemos la hora de que alguien cambie de tema.
   Entre la demora en la elección del futuro Presidente y los atentados terroristas en occidente, seguidos de amenazas a distintas capitales; sumado a circunstancias de mi vida privada, creo que no sólo me acostumbré a la incertidumbre, sino que ya le estoy tomando el gustito.

    Otro gran poeta, no sé si comparable al antiguo de la cita del principio, pero poeta al fin, JD Morrison, dijo que “el futuro es incierto y el fin está siempre cerca”.
    Creo que asimilar la incertidumbre como parte de la vida nos acerca un pasito a la felicidad.

    Una de las cosas que propone Sófocles en su obra es precisamente la incapacidad del hombre de conocer la verdad absoluta en todas sus dimensiones, no sólo con respecto al futuro, al porvenir, sino incluso en el presente. 
    La incapacidad de conocer la verdad absoluta (y no la relativa que es la única accesible para el hombre) y comprender las cosas en su totalidad (a diferencia del conocimiento parcial que podemos tener, en mayor o menor medida), podría llevarnos a la desesperación. Salvo que reconozcamos la limitación de nuestro poder y la asimilemos como propia, transformándola de una debilidad en una fortaleza.

    Suena fácil. Sólo digo que una vez que reconocemos nuestras limitaciones podemos vivir más tranquilos. Creo. No lo sé con certeza.

    En cuanto a la frase del principio, es motivo de la tristeza, la preocupación y el estrés que me aquejan desde fines de octubre: la gente cree lo que quiere creer, y muchas veces no sirve de nada mostrarles la otra cara de los asuntos, develar mentiras, sacar a la luz verdades que sí son cognoscibles al hombre.

    Termino con una última frase de otro gran pensador (si no poeta) del siglo XX: “La única verdad es la realidad”.



Y como siempre, feliz democracia, compatriotas.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Nosotros y el control. Rezar. Las limitaciones del hombre. Demasiadas explicaciones. Más máximas griegas.

¿Está en la naturaleza humana la necesidad de control? Hoy lo pongo entre signos de interrogación, antes lo hubiera afirmado. Creo que parte de madurar es ir entendiendo de a poco que uno no tiene toda la verdad, y que algunas cosas es mejor preguntarlas que aseverarlas. Ya me fui de tema.

Pensaba en rezar, en para qué se reza, en cuándo se reza. Más de una persona me ha dicho que iba a creer en Dios cuando me encontrara en una situación desesperante, ante alguna enfermedad de un ser querido, por ejemplo. Bueno, para mí no ha sido el caso, y me desespera que otros -que no me conocen- crean tener tan claro cómo yo voy a reaccionar en alguna situación, pero todo vuelve a lo mismo, supongo, a creer que sabemos todo, a creer que tenemos la verdad. Allá ellos.

En cuanto a rezar, básicamente (pongo extremado énfasis en ese ‘básicamente’, no lo uso sólo como adverbio modal hilativo sino que explícitamente quiero dejar claro que lo que voy a decir es, tal vez demasiado, básico) creo que todo se reduce al control. Situaciones que no podemos controlar, que están fuera de nuestro alcance, porque no dependen de nosotros, nos estarían llevando a rezar, o a creer en Dios. ¿No es eso, entonces, una necesidad de sentir que de alguna manera no perdimos el control? Digo: como no puedo hacer nada humano para cambiar equis situación, ¿recurro a lo divino? ¿Rezo? Le pido a otro más poderoso que yo que haga lo que yo necesito para yo estar bien. Y así siento que de alguna manera todavía hay algo que puedo hacer, que no perdí del todo el control. 


Pero más difícil que rezar y que recurrir a la divinidad es aceptar las limitaciones que tenemos como humanos. Más difícil que creer que podemos influenciar a un ser todopoderoso con nuestra súplica es reconocer esta nueva realidad que no nos gusta y adaptarnos a ella con las herramientas que tenemos, controlando lo poco que sí está a nuestro humano alcance.


No pretendo con esta reflexión explicar el fenómeno religioso, sería arrogante de mi parte creer que lo comprendo y mucho más aún creer que se puede explicar en media carilla. Simplemente me despertaron las campanadas de la iglesia, eso me hizo recordar algunas conversaciones y tuve la pulsión -que hacía rato había desaparecido- de correr a buscar la notebook y abrir esta hoja en blanco. 
Ahora estoy dando demasiadas explicaciones.

“ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα”, dijo Sócrates, y lo traducimos en un simple y muchas veces mal interpretado “sólo sé que no sé nada”.