Desde muy temprana edad se nos condiciona para creer que la felicidad es un estado permanente que podemos alcanzar si hacemos lo correcto.
Ya los cuentos infantiles narran historias de aventuras y desventuras, pruebas y desafíos, pero siempre con el final feliz que estamos esperando. Quizás con la intención de no angustiar al niño, de que duerma tranquilo, de que no se empiece a preocupar por las vicisitudes de la vida desde tan joven. Tal vez para fomentar el optimismo y generar la actitud positiva de que todo puede -y va a- salir bien.
Lo que por ahí no tienen en cuenta los adultos es que eso, más que generar optimismo, genera falsas expectativas, y lo que es peor aún, la presión por ser -o, en su defecto, parecer- felices.
Feliz cumpleaños. Feliz día de la primavera. Feliz año nuevo. Feliz onomástico. Feliz día del pintor. Felices pascuas. Felices vacaciones. ¡Felicidades!
Se nos ejerce tanta presión por ser felices que a veces no nos queda alternativa que aparentar estar felices, aunque más no sea para no desilusionar a las multitudes que tan efusivamente nos desean ese concepto abstracto e indefinible que es la felicidad.
Siempre existió el “vivir para afuera”, el aparentar algo que no se es. Siempre hubo parejas que simularon amarse, familias que pretendieron ser perfectas, mujeres y hombres que fingieron sonrisas. Las redes sociales sólo proveen un nuevo escenario en el cual montar nuestro acto de cada día. Facilitan las cosas, no sólo porque es más fácil fingir en un foro virtual que cara a cara, sino también porque hacen posible llegar a más gente con menos esfuerzo. Tantas personas como queramos pueden ver nuestras fotos de vacaciones con sonrisas colgate y el mar de fondo. Nadie tiene que saber que estuvimos seis meses sin comer harinas para que la malla nos quede bien, que nos peleamos casi a diario con las personas que nos acompañaron, que comimos fideos todos los días y nos duchamos con agua fría para ahorrar en garrafa. Es fácil ocultar lo que se quiere y sólo mostrar lo que nos gusta, pero ¿para quién?
Es un hecho comprobado que a más de la mitad de nuestros contactos de facebook les da igual si nos fuimos o no de vacaciones, si tenemos o no estrías en la panza (la estadística es mía y naturalmente no está corroborada con métodos científicos), o si comimos o no ese cheesecake que se ve tan apetitoso a través del filtro lo-fi.
Lo cierto es que no es al otro al que queremos impresionar con nuestra vida perfecta de facebook, sino a nosotros mismos. Vivimos desde chiquitos con la ilusión de que a partir de un momento equis: cuando la bestia se convierte en príncipe, cuando despertamos de un sueño cuasi-eterno, o cuando al fin cambiamos escamas por piernas de mujer, la vida va a ser feliz de una vez por todas y para siempre.
Nos sentimos en la obligación de cumplir con ese mandato social de la felicidad y aún cuando no terminamos de entender exactamente qué significa el concepto, nos encontramos ante la presión de simularlo.
¿Y si nos detenemos unos instantes a definir la felicidad? ¿Y si nos preguntamos qué es exactamente “ser feliz”? No. Mejor no hagamos eso. Nada bueno puede salir de esas indagaciones. Mejor sigamos sonriendo para la foto y mostrándole al mundo (a los contactos de facebook, por lo menos) cuánta más plata, delgadez, amistades, amor y tiempo libre tenemos que ellos.
Le doy Like con el botón de Facebook? ;)
ResponderBorrar