martes, 30 de septiembre de 2014

“Como te ven, te tratan. Y si te ven mal, te maltratan”

  Mi repudio a la frase que Mirtha Legrand repite al final de cada programa: “como te ven, te tratan. Y si te ven mal, te maltratan”.

  ¿Qué clase de gente te maltrata porque te ve mal? ¿Desde cuándo legitimamos la hijaputez de maltratar a alguien que ya está mal de antemano?
  En todo caso, la gente que te maltrata cuando te ve mal es la que está errada, es errado que esa gente siquiera tenga un lugar en tu vida.
  La frase me indigna en varios niveles: no sólo avala el maltrato hacia los que están mal, sino que también promueve la falsedad de demostrar estar bien cuando uno está mal. No se trata de cómo uno esté en su interior, de cómo se sienta con su vida, con las cosas que tiene, con las que le faltan, sino de cómo se perciba desde afuera el estado anímico o emocional, circunstancial o permanente de cada uno.
  
  Y así se va volviendo el mundo más basura de lo que ya es.

  ¡Basta de repetir como loros la frase de Mirtha! 

  Yo te la cambio: 
“Al que te ve mal y encima te maltrata mandalo a la recalcadísima concha de su madre”

  No, no rima, pero tiene más onda.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Dicotomías. La Argentina de antes vs la de hoy. Motochorro. Literatura. Prototipos. Extremos.

  Lo que otrora fue unitarios y federales, liberales y conservadores, radicales y peronistas, hoy es otra cosa. No se trata de K y anti-K, esa dicotomía quedó en el pasado, pertenece a dos o tres años atrás, data de asuntos como el conflicto del campo, la ley de medios o el cepo al dólar.
  Hoy el país se divide -porque es imposible que no lo haga- en otra especie de boca-river de la política, en este caso gira en torno a la inseguridad, y las partes que integran el debate podrían definirse como promotores de la mano dura vs apologistas del criminal
  
  El motochorro de youtube me hizo acordar al unitario de "El Matadero", de Echeverría. Blanco fácil de periodistas y mediáticos anti-crimen, víctima del sistema para los apologistas, es el payaso protagonista del circo de la República. Como el unitario, el motochorro es juzgado, ridiculizado, burlado hasta el hartazgo. Va de programa en programa y se somete a cuestionarios prejuiciosos, tendenciosos; las respuestas no importan, las preguntas que se le hacen son casi retóricas, él está ahí para propiciar las opiniones de quienes lo rodean. A nadie le interesa lo que tenga para decir, lo usan, lo necesitan para alcanzar sus fines: raiting, miedo, propaganda política, cada uno tendrá sus motivos, pero de algún modo resulta útil para todos. Es una buena distracción, también. Un buen prototipo.
   Miremos al motochorro y adjudiquémosle el valor que mejor nos venga: el pobre no tuvo educación, el pobre quería comprarle un regalo al hijo para su cumpleaños, él se hace cargo de lo que hizo, siempre respetando la vida, porque nunca mató. El malo sale a asustar a la gente con un arma, las armas las carga el diablo, podría haber muerto alguien, el malo elige robar antes que trabajar, porque robar es más fácil. El pobre no aprendió la conducta del trabajo, al pobre nadie le enseñó la ética del laburante. Al malo no le importa perjudicar al trabajador que se levanta temprano y se rompe el lomo para llevarles a sus hijos un chocolate de postre. El pobre ya no puede reinsertarse en la sociedad, está marginalizado. El malo no se arrepiente de lo que hizo, ni siquiera se da cuenta de por qué está mal robar. El pobre es víctima de las drogas. El malo es un drogadicto que prefiere tirarse a fumar paco antes que tener la vida sacrificada de la clase media.

 
  Yo no sé qué opino del motochorro. No importa tampoco lo que pueda opinar yo de un hombre que, con una moto que yo no podría pagar, sale con un arma cargada a robarle a un turista. No sé qué vida tuvo ese señor, cómo llegó a tomar la decisión de robar a mano armada en plena luz del día. No sé cómo funciona su mente, qué mecanismos de razonamiento utiliza. No sé si es víctima del sistema o un simple oportunista. 
  Sé quién soy yo. Sé que yo no robaría, sé que yo tampoco ridiculizaría en público a una persona para defender una postura, por más válida que fuera.   
  No sé quién tiene razón: ¿los salvajes unitarios que desprecian al gaucho y pretenden eliminar al indio de la faz de la Tierra, o los federales mazorqueros que degüellan a quienes piensan diferente? ¿Los promotores de la "mano dura" que, en pos de defender a una clase de individuos, pretenden justificar la muerte, el linchamiento, la marginación de otros; o los "progres" que con tal de defender los derechos humanos terminan avalando conductas ilegales, ilegítimas e inmorales?

 Nuestra Casa Rosada no es roja ni es blanca, sin embargo, nuestra sociedad parece incapaz de comprender los tonos del rosa. No podemos pensar en términos de soluciones, de relativos, no somos capaces de no tomar una postura radical.
  Tenemos la avenida más ancha del mundo, el río más ancho del mundo y, al parecer, la brecha política más ancha del mundo.
  ¿Será imposible conciliar opiniones en un país basado en polaridades?

domingo, 28 de septiembre de 2014

Qué es la felicidad. Expectativas. Falsas apariencias: vivir para afuera. La utilidad de las redes sociales.

  Desde muy temprana edad se nos condiciona para creer que la felicidad es un estado permanente que podemos alcanzar si hacemos lo correcto.
  Ya los cuentos infantiles narran historias de aventuras y desventuras, pruebas y desafíos, pero siempre con el final feliz que estamos esperando. Quizás con la intención de no angustiar al niño, de que duerma tranquilo, de que no se empiece a preocupar por las vicisitudes de la vida desde tan joven. Tal vez para fomentar el optimismo y generar la actitud positiva de que todo puede -y va a- salir bien.
  Lo que por ahí no tienen en cuenta los adultos es que eso, más que generar optimismo, genera falsas expectativas, y lo que es peor aún, la presión por ser -o, en su defecto, parecer- felices.

  Feliz cumpleaños. Feliz día de la primavera. Feliz año nuevo. Feliz onomástico. Feliz día del pintor. Felices pascuas. Felices vacaciones. ¡Felicidades!
Se nos ejerce tanta presión por ser felices que a veces no nos queda alternativa que aparentar estar felices, aunque más no sea para no desilusionar a las multitudes que tan efusivamente nos desean ese concepto abstracto e indefinible que es la felicidad.
  Siempre existió el “vivir para afuera”, el aparentar algo que no se es. Siempre hubo parejas que simularon amarse, familias que pretendieron ser perfectas, mujeres y hombres que fingieron sonrisas. Las redes sociales sólo proveen un nuevo escenario en el cual montar nuestro acto de cada día. Facilitan las cosas, no sólo porque es más fácil fingir en un foro virtual que cara a cara, sino también porque hacen posible llegar a más gente con menos esfuerzo. Tantas personas como queramos pueden ver nuestras fotos de vacaciones con sonrisas colgate y el mar de fondo. Nadie tiene que saber que estuvimos seis meses sin comer harinas para que la malla nos quede bien, que nos peleamos casi a diario con las personas que nos acompañaron, que comimos fideos todos los días y nos duchamos con agua fría para ahorrar en garrafa. Es fácil ocultar lo que se quiere y sólo mostrar lo que nos gusta, pero ¿para quién?
  Es un hecho comprobado que a más de la mitad de nuestros contactos de facebook les da igual si nos fuimos o no de vacaciones, si tenemos o no estrías en la panza (la estadística es mía y naturalmente no está corroborada con métodos científicos), o si comimos o no ese cheesecake que se ve tan apetitoso a través del filtro lo-fi.
  Lo cierto es que no es al otro al que queremos impresionar con nuestra vida perfecta de facebook, sino a nosotros mismos. Vivimos desde chiquitos con la ilusión de que a partir de un momento equis: cuando la bestia se convierte en príncipe, cuando despertamos de un sueño cuasi-eterno, o cuando al fin cambiamos escamas por piernas de mujer, la vida va a ser feliz de una vez por todas y para siempre
  Nos sentimos en la obligación de cumplir con ese mandato social de la felicidad y aún cuando no terminamos de entender exactamente qué significa el concepto, nos encontramos ante la presión de simularlo


  ¿Y si nos detenemos unos instantes a definir la felicidad? ¿Y si nos preguntamos qué es exactamente “ser feliz”? No. Mejor no hagamos eso. Nada bueno puede salir de esas indagaciones. Mejor sigamos sonriendo para la foto y mostrándole al mundo (a los contactos de facebook, por lo menos) cuánta más plata, delgadez, amistades, amor y tiempo libre tenemos que ellos.