Son las dos a.m. del día después de una larga jornada como presidenta de mesa en las elecciones legislativas y no me puedo dormir, un poco por la adrenalina de la actividad y otro poco por el resultado de las elecciones. Pero no voy a escribir hoy sobre partidos políticos ni voy a hacer ningún tipo de reflexión iluminada sobre los motivos que llevan a la población a votar en contra de sí misma. No, hoy voy a escribir sobre las redes sociales.
Hay mucho de solitario y poco de social en las mal llamadas redes sociales. Hace unos 20 años, los jóvenes (y yo ahí sí era joven) encontramos refugio en blogs y foros de intercambio sobre temáticas específicas; lugares donde podíamos hallar gente que compartiera nuestros intereses, que tuviera deseos de leer nuestras palabras y que se tomara el tiempo de elaborar respuestas, debates, disquisiciones sobre aquello que habíamos escrito. Eran espacios donde realmente existía una interacción virtual entre seres humanos reales, donde descubrimos que podíamos conectarnos y conocer gente como nosotros, pero de cualquier parte del mundo; y eso, de alguna manera, nos hacía sentir menos solos. Pero todo cambió a lo largo de estas últimas dos décadas y fue tan gradual y tan orgánico que ni siquiera nos dimos cuenta. Porque hoy, las redes sociales no plantean espacios de intercambio, no habilitan discusiones productivas ni dan lugar a grandes reflexiones, sino que nos condicionan a la constante creación de un contenido cada vez más vacío, breve, estéticamente agradable y -por sobre todas las cosas- cerrado. Hoy, las redes sociales son vidrieras, son escenarios que nos permitan ver realidades de las que no formamos parte, y eso sólo puede generar una sensación de acompañamiento que a la larga no es suficiente.
Más allá de la liberación de dopamina -científicamente comprobada- del doomscrolling, la conexión con el otro no es profunda, ni siquiera es real dentro de la virtualidad porque no existe tal conexión, no hay vínculo como sí lo supo haber en los foros de 2005, y eso, naturalmente, realza la sensación de soledad. De hecho, este último tiempo estuve pensando mucho en por qué, si conozco las vidas de mucha gente de manera muy cercana, si puedo acceder a su rutina, a sus gustos, a sus formas de pensar, por qué, entonces, no los siento parte de mi vida, incluso siendo ellos seres muy queridos, se sienten ajenos a mí. Y claro, es porque un corazón en una historia no es un vínculo.
Hace bastante estoy pensando en la posibilidad de alejarme de las redes y volver a lo analógico: escribir en papel como una especie de diario íntimo, leer libros en lugar de artículos de substack, ver más series y películas para abandonar la inútil y adictiva práctica de ver reels. Y me dio miedo. Me dio el famoso FOMO (fear of missing out), es decir, el famoso miedo de quedarme afuera. ¿Y qué pasaría si no me enterara de la última polémica? ¿Qué pasaría si no supiera quién es el cancelado de turno o incluso aún si me perdiera la historia que sube mi amigo sobre la cafetería en la que desayunó, el último viaje que hizo, o el artículo interesante que leyó? Pensé que dejando las redes sociales y volviendo a un mundo analógico me quedaría afuera, que me quedaría sola, que me perdería todo. Pero, ¿acaso no estoy sola ya? ¿Acaso no estoy hablando conmigo misma cada vez que subo una historia? ¿Hay un vínculo real con mis seres queridos si lo único que hago es espiar lo que me quieren mostrar de su vida como un voyeur entre las sombras?
Pienso que es hora de dejar de pensar que me voy a perder algo, o en su defecto, de enfrentar ese miedo a perderme algo y empezar a realmente registrar todo aquello que me pasa, es hora de volver a interactuar en niveles profundos y comprometidos con las personas que me rodean de verdad, y de dejar un poco de lado a las que simplemente exhiben una curaduría meticulosa de sus vidas cual museo de lo cotidiano.
Tal vez será simplemente un signo de vejez, pero ya me aburre y -peor aún- me da una sensación de vacío inconmensurable el rodearme de fragmentos de información -que no llegan al minuto- de un contenido que a mi vida realmente no le aporta nada.
¿Y cómo conecta esto con las elecciones de ayer? No sé. Supongo que estoy triste, supongo que me siento sola porque no comprendo, por más que intente no logro comprender el voto de las mayorías y aunque siempre contemplo la posibilidad de estar equivocada, mi capacidad de entendimiento es insuficiente hoy. Y no me convence ninguno de los análisis que pretenden explicar cómo una sociedad entera que se fundó sobre las bases del colectivismo, de la vida social, del contacto con el otro y de responder conjuntamente a la adversidad, elige masivamente la más extrema y dolorosa soledad del egoísmo.