Días antes de que el Presidente anunciara que los argentinos tenemos la libertad de comprar hasta 2.000.000 de dólares por mes (esos son seis ceros verdes), me había encontrado, en otro país, en la situación de darle comida a alguien que, por medio de un cartel escrito con fibra en un pedazo de cartón, pedía “lo que sea, todo sirve”.
La sonrisa del indigente me caló hondo. No me dio placer, me dio culpa. Me dio tristeza, me dio la sensación de que todo está mal en el mundo y nada de lo que haga va a ser jamás suficiente.
Salí del hotel con mi bolsita de sobras de la cena. Caminé media cuadra y lo vi, hecho un bollito en un rincón, con la mirada perdida, sentado a centímetros del cartel que aseguraba que todo podía servirle. Y en efecto, todo servía, porque cuando establecimos el primer contacto visual me devolvió la sonrisa. Porque necesitaba que lo miraran, que no lo ignoraran, que alguien supiera que él estaba ahí, y que necesitaba algo, aunque fuera no más que una mirada a los ojos y una sonrisa tierna. Me dio ternura porque lo vi tan indefenso y tan marginado, tan sensible y tan ignorado.
Creo que la comida fue accesoria, creo que lo que hizo que sonriera no era la cena, sino el gesto.
Dos millones de dólares por mes podemos comprar los argentinos. Tenemos la libertad de comprar dólares sin que se nos investigue por ello. Y ellos en Estados Unidos se la pasan hablando de libertad. ¿Qué precio tiene la libertad? Se preguntan. Y lo pagan, porque no importa el precio, importa que esa palabra, sea lo que sea que significa, cueste lo que cueste conseguirla, esté firme como subtítulo de su país.
No sé cómo se llamaba el estadounidense indigente. No sé en realidad de qué nacionalidad era, sólo sé dónde estaba y qué le faltaba. No creo que mucha gente le pregunte cómo se llama, o qué necesita, o cómo está. No creo que mucha gente le desee que “tenga un buen día”, porque no compra nada, y ese deseo siempre viene después de un gasto, por mínimo que sea.
¿Qué es la libertad? ¿Es la posibilidad de cambiar dinero que no tenemos sin que nadie nos controle? ¿De qué sirven las libertades que no podemos usar? Mi amigo el indigente, ¿es libre? Vive en el país de la libertad, home of the brave, land of the free, pero, ¿es libre?
Hay quienes dicen que el dinero no nos da libertades sino que nos las quita. Yo no estoy tan segura. Es sin dudas un arma de doble filo, y como dijo Antígona: “No ha habido entre los hombres invención más funesta que la del dinero”. Pero cuando no podés acceder a un plato de comida todos los días, cuando no tenés una cama donde dormir o un techo que te proteja de la lluvia, cuando tu medio para subsistir es un cartel escrito en la solapa de una caja de cartón y la buena voluntad de alguien que te perciba entre la multitud, creo -y esto es sólo un intento de conclusión- creo que no sos libre.
El capitalismo se sirve del absurdo y vago concepto de libertad para tenernos presos de su sistema, que subsiste sólo poque muchos resignan -por fuerza o por voluntad- su verdadera libertad en pos de la sensación de que si tuvieran los medios para acceder a lo que quieren, nada se los impediría. Sin darse cuenta -o tal vez con absoluta conciencia- de que es el propio sistema el que les está impidiendo acceder a, pongamos por caso, esos benditos dos millones.